Iguazú desde Argentina |
Esa mañana despegamos del bonaerense Aeroparque Jorge Newbery a las 11:45. Un avión de la compañía Aerolíneas Argentinas nos trasladó, en 1h y 45min, hasta el aeropuerto de Puerto Iguazú, ubicado en el corazón de la selva argentina. Desde el aire, por encima de la exuberante foresta, tuvimos la oportunidad de contemplar la impresionante nube blanca (vapor de agua) producida por las cataratas de Iguazú, próximas al aeródromo.
Un tránsfer (minibús) nos trasladó en veinte minutos hasta Puerto Iguazú, la ciudad más septentrional de la provincia de Misiones, limítrofe con Brasil (río Iguazú) y Paraguay (río Paraná). La carretera discurría por entre un espeso bosque de tonos rojizos, amenizado de vez en cuando por enjambres de mariposas multicolores.
Puerto Iguazú ofrece mucha tranquilidad al visitante. Su principal atractivo se encuentra en el río que le da nombre, con sus márgenes repletas de una exuberante vegetación. Acercaos al puerto fluvial y veréis con vuestros propios ojos lo que os digo.
El hostel Marco Polo Iguazú fue el que elegimos para pasar las siguientes noches. Se hallaba bien situado, frente a la parada de autobuses, rodeado de muchos restaurantes y hoteles. Disponía de habitaciones de una planta distribuidas en torno a un gran patio presidido por una piscina y una zona de barbacoas. En recepción contratamos las excursiones para los próximos días, y también pedimos que nos buscaran alojamiento en El Calafate, nuestro próximo destino en la Patagonia argentina.
El tránsfer (minibús) se presentó en el hostel Marco Polo con puntualidad, a las nueve de la mañana. Montamos junto a otros huéspedes y antes de abandonar Puerto Iguazú, nos detuvimos frente a otros hospedajes para recoger a más clientes. La furgoneta iba hasta arriba. En veinte minutos, avanzando por entre un tupido bosque de tonos rojizos, cubrimos los 17 kilómetros que nos separaban de nuestro destino, el Parque Nacional Iguazú.
En la boletería (despacho de billetes) abonamos 60 pesos por barba, válidos para dos días. Y lo primero que vi nada más acceder al Centro de Visitantes fue un cartel anunciándonos el cierre del embarcadero (desde donde parten las excursiones en barca) y del tren que conduce a la Garganta del Diablo. Un empleado nos dijo que el río soportaba una espectacular crecida debido a las últimas lluvias. De los habituales 1.500 m3/s se había pasado a más de 12.000 m3/s, una auténtica barbaridad.
Lejos de afligirnos, abordamos con mucha ilusión el sendero verde, la pista forestal que conducía a los circuitos Superior e Inferior. Empezamos por la senda superior, que como su nombre indica, recorre la parte superior de los saltos y que resultó ideal para ver cómo se despeñaban las turbulentas y verdosas aguas al vacío. Entre las columnas de vapor y el bosque vimos multitud de fauna local: mariposas, lagartos gigantes y aves del paraíso.
Lagarto gigante |
Buitre negro |
El sendero inferior resultó igual de interesante que el superior. Nos empapamos de agua al pasar junto a algunos saltos y también vimos multitud de animales, como el sorprendente coatí, un roedor que al menor descuido tratará de sustraeros el almuerzo. Pasamos junto al acceso al embarcadero, que se encontraba cerrado con una cadena. La excursión en barca se había ido al garete, así que aprovechamos la tarde para recorrer otra vez el circuito superior, esta vez con menos turistas.
Circuito superior |
Un coatí en la pasarela |
El acceso a las cataratas echaba el cierre a las seis de la tarde. Mientras esperábamos la arribada del tránsfer, realizamos algunas compras en algunos puestos ambulantes regentados por la comunidad guaraní, la única que puede vender sus abalorios en el Parque Nacional, y con razón, pues estas tierras no han dejado nunca de pertenecerles.