Puente de Stierchen |
Esa noche había viajado de Milán a Luxemburgo en el interior del compartimento de un tren nocturno. Atravesé Suiza de sur a norte, desde Lugano hasta Basilea, envuelto en una tormenta de mil demonios. El Interrail no era válido en Suiza (no pagué por utilizar esa zona) y el revisor me cobró la mitad del billete (30€), que tuve que abonar con tarjeta.
Pasé por Alemania y por Francia, con parada en Estrasburgo, y a las siete de la mañana me presenté en la estación central de Luxemburgo. Salí a la calle y comprobé que llovía a raudales, así que pasé las dos siguientes horas en el vestíbulo, desayunando y observando el movimiento de trenes y viajeros.
Dejó de diluviar y pude abandonar la estación. Tomé un bus hasta el centro histórico, o Villa Alta. Iba a lo guiri, con pantalón largo, sudadera, chanclas abiertas y calcetines. A finales de agosto, Luxemburgo mostraba su perfil más otoñal; y yo no iba preparado. Aquí me podéis ver junto al monumento de la Gran Duquesa, uno de los símbolos de la ciudad.
El casco viejo de Luxemburgo está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y esa mañana lo recorrí sorteando charcos, con la mirada puesta en un cielo cubierto de negras nubes. Anhelé que no cayera más agua. Y tuve suerte. Cerca de la plaza de Armas admiré otro monumento, el dedicado a Dicks y Lentz.
Pasé también por la plaza de Guillermo II, presidida por una estatua ecuestre en honor a Guillermo II de Orange-Nassau, que reinó entre 1840 y 1849. Junto a ella, visité la catedral de Santa María, católica de estilo gótico, barroco y renacentista, e incluso me conecté a internet en la biblioteca pública situada junto al Ayuntamiento (los móviles no eran como los de hoy).
Cerca del puente Adolfo, una construcción de altos arcos que salva las aguas del río Pétrusse, se encuentra la plaza de la Constitución. Y en su centro se alza el Monumento del Recuerdo (Gëlle Fra), un obelisco de granito apodado "Dama de Oro" por la estatua dorada de una mujer que lo corona.
Y sin salir de la Villa Alta, de camino a los miradores de la muralla, me acerqué hasta el Palacio Gran Ducal, majestuosa residencia palaciega del gran duque de Luxemburgo.
Dejé para el final el plato fuerte de Luxemburgo: el Camino de la Corniche, o camino de ronda sobre las murallas medievales. Apodado como el balcón más bonito de Europa, este paseo peatonal recorre las murallas del siglo XVII, con vistas al desfiladero del río Alzette y a la parte baja de la ciudad. Y comencé la ruta por el mirador Scenicky, que me brindó una buena panorámica del puente de Stierchen, situado sobre el río Alzette, perteneciente a la antigua fortificación.
Recorrí unos 600 metros de la muralla, observando este ernorme accidente geográfico. Los distintos miradores por los que pasé me proporcionaron excelentes vistas del barrio de Grund, con los tejados de las casas, las iglesias y el valle del Azette a mis pies. Y lo mejor de todo fue que apenas me crucé con otros turistas.
Durante el recorrido en solitario me asomé a miradores impresionantes, y también admiré las torres defensivas construidas por los españoles entre 1670 y 1672, una ampliación de las existentes.
A mediodía, con la aparición del Sol, los lugareños asaltaron el centro histórico. Y, como en Europa se almuerza entre las doce y la una, los restaurantes se fueron llenando de comensales. Mi presupuesto sólo alcanzó para tomar un menú hamburguesero que adquirí en el McDonald's de la plaza de Armas.
Había visto lo mejor de Luxemburgo en una mañana, y como esa noche quería pernoctar en Ámsterdam (no había reservado alojamiento), decidí partir cuanto antes en dirección a la capital neerlandesa. De hecho, tomé el almuerzo en el interior del Intercity. Por extraño que parezca, ese tren era válido con Interrail.
Mi tren iba directo a Bruselas-Norte, estación donde me vi obligado a realizar un transbordo. Un nuevo Intercity, que también era válido con Interrail, me trasladó a Ámsterdam en un santiamén.