Castillo de Bratislava |
Un tren nocturno nos condujo desde Berlín hasta la estación Central de Bratislava, vía Praga y Brno. Habíamos dormido en un compartimento de puerta corredera, y habíamos aguantado estoicamente el abordaje de guardias, acompañados de perros, en la frontera entre Alemania y Chequia. Bajamos medio dormidos en Breklav (Chequia), pensando que estábamos en Bratislava, y nos equivocamos. Un nuevo tren nos trasladó a la capital eslovaca.
Desayunamos en la estación Central de Bratislava, y caminando por una amplia avenida alcanzamos el coqueto centro histórico, el Stare Mesto, que estaba muy retirado de la estación. Fuimos a parar a una de las principales plazas de la ciudad, la que acoge el palacio del Primado, de estilo neoclásico, construido en 1781, y que en la actualidad alberga el Ayuntamiento.
La Ciudad Vieja de Bratislava, plagada de calles peatonales y edificios históricos, se extiende al pie de la colina del castillo, a pocos metros del río Danubio. La calle principal, Michalská, la recorre de norte a sur, y a través de ella descubrimos singulares edificios, como la torre de San Miguel, del siglo XVIII, una de las cuatro puertas que se conservan para acceder a la antigua ciudad amurallada.
Escapamos de la Ciudad Vieja caminando hacia el puente Nuevo, que salva las aguas del gran río europeo a la altura del castillo. Desde la orilla del Danubio contemplamos el trazado rectangular del castillo, convertido en símbolo de la ciudad, reconstruido por los húngaros en el mismo lugar que ocupó la antigua fortificación del siglo XII.
Esa tarde, después de almorzar en una pizzería del centro histórico, decidimos subir al castillo. Y valió la pena. Desde uno de los muros, a 74 metros de altura, contemplamos una magnífica vista panorámica del Danubio y la Ciudad Vieja, con la catedral de San Martín y su alta torre de 83 metros en primer término.
Partimos de Bratislava a última hora de la tarde, en el interior de un viejo vagón del tren que debía llevarnos a Varsovia, la capital polaca. Y la ruta, por territorio eslovaco, fue sumamente interesante. El tren remontó uno de los principales ríos eslovacos, el Váh, cuyas aguas discurren por los Cárpatos Blancos y los Montes Tatra. A partir de Zilina abandonamos el valle del Váh, y por un nuevo ramal, el que sigue el angosto valle de Kysuca, llegamos a la frontera con Chequia.
Minutos después, mientras intentábamos conciliar el sueño, volvimos a detenernos en una nueva frontera, entre Chequia y Polonia, con nuevos guardias, perros, revisores... Era el Interrail en estado puro.
TOPÓNIMO DE TATRA