Mónaco desde "La Roca" |
El Interrail por el centro de Europa no daba tregua. Esa noche viajamos en un tren nocturno por tierras suizas y francesas. Habíamos salido de Zúrich a última hora del día y, tras circular por el este de Francia, alcanzamos Marsella. A partir de aquí, el tren progresó hacia el este por la Costa Azul, hasta llegar a Niza, su destino final. Un nuevo tren regional nos condujo, en diez minutos, a Mónaco-Ville, la principal estación del rimbombante y diminuto Principado (actualmente es Mónaco-Montecarlo, y está soterrada).
Mónaco es el segundo país más pequeño del mundo, tras el Vaticano. Aquí las distancias se miden en pasos, aunque, como quedó patente esa mañana, algunos las cubrían en cochazos de lujo. No había visto nunca tanto vehículo de gama alta por metro cuadrado. Tras un brevísimo descenso por las retorcidas avenidas de La Condamine, fuimos a parar al puerto Hercule, con sus yates de lujo acaparando la atención de propios y extraños. Desde este punto, encaramado en lo más alto del promontorio rocoso que originó el estado de Mónaco (conocido como "La Roca"), ya pudimos avistar el Palacio del Príncipe, la morada de la familia Grimaldi.
Abordamos La Roca por su cara norte, la única que es accesible a pie. Y en unos segundos, ascendiendo por la avenida de la Porte Neuve, alcanzamos el mirador de la Porte Neuve, que nos brindó la mejor imagen del pequeño Principado, con el barrio de Montecarlo y su Casino destacando en la parte derecha.
Rodeamos La Roca por la avenida de San Martín, con la vista puesta en el mar Mediterráneo. Pasamos por la entrada al Museo Oceanográfico de Mónaco, una estructura construida en las entrañas de La roca, a 85 metros sobre el nivel del mar, famosa por haberla dirigido el naturalista Jacques Cousteau durante 30 años.
Y al final de la calle, más allá de los jardines de San Martín, descubrimos otro mirador, el que se asoma al barrio de Fontvieille, con sus feos bloques de pisos desparramados junto al puerto.
A continuación penetramos en el casco viejo de Mónaco, un conjunto de estrechas y empinadas callejuelas por donde apenas penetraba el sol. Aquí vimos la moderna catedral de Mónaco, del siglo XIX.
Finalmente abordamos la parte más alta de La Roca, reservada al Palacio del Príncipe, fundado en 1191 como una fortaleza genovesa. Se trata de la residencia oficial del Príncipe de Mónaco.
Al abandonar La Roca por la avenida de San Martín, descubrimos casualmente unas empinadas escaleras que conducían a una pequeña cala conocida como Baia dei Pescatore. La diminuta playa estaba cubierta de guijarros y no tenía más de 80 metros de largo, que fueron suficientes para acoger los gratificantes baños que nos dimos.