Barrio de la Defensa |
Llegamos a París de buena mañana en el TGV procedente de Lyon. Era la primera escala en el Interrail de un mes que nos llevó hasta el Círculo Polar Ártico. Y ese primer día teníamos muchas ganas de patear la ciudad. De camino al Louvre, una vez abandonamos la estación de Lyon, pasamos frente a la vanguardista y colorida fachada del Centro Pompidou, con su rara estructura de tuberías a la vista.
Nuestra cita con el París más clásico, el que nadie se quiere perder cuando visita la capital francesa por primera vez, no se hizo esperar. Queríamos ver el Museo del Louvre, con su extraña pirámide acristalada levantada entre los edificios históricos de este palacio centenario que acoge algunos de los cuadros más importantes del mundo.
Incluso llegamos a entrar en la Pirámide, lugar destinado a la billetería del museo. No teníamos tiempo de visitar la pinacoteca (se necesitan tres o cuatro horas). Esa primera jornada en París la queríamos reservar para subir a la emblemática Torre Eiffel.
Al otro lado del Louvre y del parque de las Tullerías, concretamente en la plaza de la Concordia, comienzan los Campos Elíseos, que con sus dos kilómetros de longitud constituyen la arteria más bella y conocida de París, además de una de las avenidas más famosas del mundo. La recorrimos entera, de punta a punta, para admirar el Arco de Triunfo, otro símbolo de París. (Una pena la foto que nos hicieron).
Y por fin llegó nuestra cita con la Torre Eiffel, el monumento más representativo de París y de toda Francia. Lo había visto dos años atrás, en el viaje de fin de curso que organizó mi instituto, cuando la torre conmemoraba su 100 aniversario desde que se construyera en 1889.
Esta vez no me contenté con admirarlo desde la distancia. Junto a mis colegas de viaje, Fernando e Isidoro, quisimos auparnos hasta lo más alto. Y para ahorrarnos dinero, tal como nos dijeron en la taquilla, subimos a pie por las escaleras hasta la primera planta.
Rápidos ascensores nos catapultaron hasta la última planta de la torre, situada a casi 300 metros de altitud. Desde arriba contemplamos París hasta donde abarcaba la vista, y hasta donde nos dejaba la neblina contamiante que abraza la ciudad como resultado de la polución.
Desde lo más alto de la Torre Eiffel habíamos divisado un curioso arco de color blanco que resplandecía y destacaba sobre el resto de los edificios de París. Era el Arco de la Defensa, que se iba a convertir en un emblema del barrio financiero de la capital francesa. Decidimos coger el metro e ir a echarle un vistazo.
El Arco de la Defensa es un edificio de oficinas que fue inaugurado en 1989. Tiene forma de cubo vaciado en su centro, mide 112 metros de longitud, 106 metros de anchura y 111 metros de altura.
No podíamos pasar por París sin realizar una visita a su iglesia más carismática: Nuestra Señora de Notre Dame. Desfilar ante la fachada de este edificio construido en 1345 puso el colofón a una maravillosa jornada en la Ciudad de la Luz. (Pido disculpas por la foto. No la hice yo).