Palacio de Versalles |
Llegamos a la parisina estación de Austerlitz a las ocho de la mañana, abordo del tren nocturno procedente de Cerbere, en la frontera española. Frente al edificio ferroviario, junto al río Sena, se encuentra el jardín Botánico de París, conocido popularmente como Jardin des Plantes. Creado en 1635 como jardín medicinal para Luis XIII, ha servido como lugar de investigación para botánicos, médicos y farmacéuticos a lo largo de diferentes épocas.
Unos metros río Sena abajo entramos en la Isla de Francia, el lugar donde se fundó París. Esta isla que forma el río Sena acoge la catedral de Notre Dame, construida en 1345.
La habíamos visto cuatro años atrás, cuando visitamos París en nuestro primer Interrail. Y no nos importó acercarnos de nuevo hasta ella para contemplar sus torres, su fachada y sus desconcertantes gárgolas, siempre vigilantes y expectantes.
Al sur del río Sena se abre el barrio Latino, con sus calles atestadas de cafés y pequeños comercios. Y desentonando con este entramado de vías estrechas y caóticas, se alza el Panteón, un edificio de estilo neoclásico construido en 1758, y que destaca por sus columnas y su gran cúpula.
En la estación de Saint Michel del barrio Latino cogimos el tren RER con dirección a Versalles. Tras 45 minutos de trayecto, y la consiguiente caminata por el municipio, nos plantamos frente al imponente Palacio de Versalles.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde hace más de treinta años, el Palacio de Versalles es un edificio que desempeñó las funciones de una residencia real desde 1682 hasta 1789.
Durante la visita al Palacio de Versalles es posible recorrer infinidad de estancias con una gran riqueza artística entre las que merece la pena destacar la enorme capilla y los Grandes Aposentos del Rey y la Reina, que poseen una gran cantidad de elementos decorativos.
También goza de especial importancia la Galería de los Espejos, una impresionante galería de 73 metros de longitud que posee 375 espejos. Se trata de una de las estancias más importantes del palacio, ya que fue el lugar en el que en 1919 se pondría fin a la Primera Guerra Mundial con la firma del tratado de Versalles.
Los impresionantes Jardines de Versalles cuentan con una extensión de más de 800 hectáreas a lo largo de las cuales se extienden plantas y todo tipo de árboles, además de gran cantidad de estatuas de mármol, estanques y fuentes.
Es prácticamente imposible recorrer la totalidad de los jardines, pero existen diferentes formas de intentarlo, por ejemplo alquilando una bicicleta o un coche eléctrico, o bien con el trenecito que recorre los jardines.
El tren RER nos trajo de vuelta a París. A media tarde teníamos una cita con el Tour de Francia en los Campos Elíseos. Nos apeamos en el Arco de Triunfo, al inicio de esta despampanante y glamurosa avenida.
No cabía un alfiler en los Campos Elíseos. Miguel Indurain acababa de ganar su quinto Tour de Francia y, junto a los miembros de su equipo, el Banesto, daba la vuelta de honor. La multitud le aclamaba y resultó complicado tomar una foto decente.
Era tal la muchedumbre que desfilaba a lo largo y ancho de los Campos Elíseos, que optamos por abandonarla. Cruzamos el río Sena por el puente de Alejandro III, y casualemente fuimos a parar al parque que precede a Los Inválidos. Este conjunto de edificios acoge un Museo Militar y las tumbas de héroes franceses. En la actualidad alberga los restos mortales del emperador Napoleón.
Esa noche, tras haber cumplido de sobras con la primera etapa del Interrail, partimos hacia Hamburgo en el expreso nocturno que salió de la parisina estación del Norte (Gare du Nord).