Palacio del Agua (Parque Lazienki) |
Esa noche habíamos viajado en el tren nocturno procedente de Bratislava, la capital de Eslovaquia. Atravesamos dos fronteras (Eslovaquia-Chequia y Chequia-Polonia), con el consiguiente trajín de policías, perros y revisores. No pegué ojo en toda la noche, y para rizar más la cosa, llegamos a la estación Centralna de Varsovia a las seis de la mañana, a una hora tan intempestiva que las legañas aún no habían tenido tiempo de formarse.
Esperamos en la estación a que abrieran las tiendas y la oficina bancaria, y cuando obtuvimos la divisa local, los zlotys (muy devaluada), desayunamos en un bar del vestíbulo y depositamos las mochilas en la consigna.
Abandonamos la estación por la amplia avenida del Mariscal. Y hacia la mitad de la misma, apareció ante nuestros atónitos ojos el imponente y sobrio palacio de la Cultura y la Ciencia. Construido con bloques de piedra de mejestuosas casas que fueron destruidas durante la Segunda Guerra Mundial, el colosal edificio, de 230 metros de altura y de estilo estalinista (forma piramidal), fue regalado por el pueblo soviético a Varsovia.
Más adelante dimos con los Jardines Sajones, una enorme explanada verde adornada con estatuas barrocas. En un lateral descrubrimos los restos del palacio Saski, destruido en 1944, del que sólo quedaba la arcada que da cobijo a la tumba del soldado desconocido. El pebetero de la tumba está custodiado día y noche (todo el año) por jóvenes soldados.
Más adelante, en la céntrica plaza del Teatro, nos topamos casualmente con Mari Paz, una madrileña recién llegada en avión a Varsovia, que iba a reunirse con su novio polaco. A falta de mapas de la ciudad, esta peculiar pareja nos escribió sobre un papel los lugares más emblemáticos de Varsovia que no debíamos perdernos. Y el primero de ellos fue la armoniosa plaza del Castillo, con la alta columna de Segismundo III (del año 1644) erigida en su centro.
La Ciudad Vieja, rodeada de sólidas murallas medievales, es el barrio más antiguo de Varsovia. Se fundó entre los siglos XIII y XIV en la ribera occidental del río Vístula, y creció en torno al castillo Real. Fue arrasada en 1944 y las tareas de reconstrucción culminaron con gran éxito, como pudimos comprobar en la plaza del Mercado, un lugar que me cautivó por la belleza de sus casas pintadas de vivos colores.
En la Ciudad Vieja, si disponéis de tiempo, podéis visitar el Museo de Marie Curie, dedicado a la premio Nobel en Física y Qímica; el Museo Polin de Historia de los Judíos Polacos (está en el Gueto); el Museo Chopin, dedicado al genial compositor; o el Museo de Varsovia, dedicado a la historia y la cultura de la capital. Y, como fue nuestro caso, podéis acercaros al Castillo Real (siglo XIV), edificio barroco que alojó la antigua residencia real. Los nazis no dejaron ni un ladrillo en pie y las tareas de reconstrucción concluyeron en 1988.
Mari Paz nos recomendó que nos dejáramos caer por el parque Lazienki, un pulmón verde situado a tres kilómetros al sur de la Ciudad Vieja, junto al río Vístula. Y eso fue lo que hicimos. Tras tomar un rápido almuerzo en un local de comida rápida situado en la vía Real, un conjunto de calles que une el castillo con el citado parque, jalonada por iglesias, palacetes y estatuas, enfilamos hacia la puerta norte del parque.
Pasamos la tarde en el parque Lazienki. Diseñado en el siglo XVIII, cuenta con floridos jardines, recios árboles, canales de agua, estanques y edificios históricos, la mayoría de ellos reconstruidos tras la Gran Guerra, caso del Teatro de la Isla o el Palacio del Agua. Desde las gradas del Teatro obtuvimos las mejores vistas del Palacio del Agua, la construcción más relevante del parque.
El parque Lazienki puso la guinda a esa estupenda jornada en Varsovia. A última hora de la tarde regresamos a la estación Centralna, recogimos las mochilas de la consigna y pasamos por un pequeño comercio para adquirir la cena. Nos costó quitarnos de encima el devaluado zloty, y al final, antes de bajar al andén, le entregamos toda la moneda sobrante a la sorprendida dependienta.
Partimos de Varsovia en un tren nocturno que se dirigía a Viena, con media hora de retraso sobre el horario previsto, en el interior de un compartimento cuyos asientos se estiraban para formar camas. Debíamos cruzar dos fronteras esa madrugada, entre Polonia y Chequia, y entre Chequia y Austria. Menudo cóctel para un sábado noche.