Anfiteatro de El Jem |
El avión aterrizó a medianoche en el aeropuerto de Sousa, lo que originó que nos acostáramos a las tantas de la madrugada. Esto es lo ocurre cuando se viaja en un vuelo chárter. Los dos siguientes días nos movimos por la costa este mediterránea, visitando Sousa, el anfiteatro romano de El Jem, Matmata (en sus casas-cueva se rodaron escenas de la Guerra de las Galaxias, perdón, de Star Wars) y la isla de Jerba, frecuentada por turistas occidentales amantes de buenas playas. La isla acoge una de las pocas sinagogas con que cuenta Túnez.
Los tres siguientes días los dedicamos al desierto tunecino. Primeramente nos alojamos en Douz, la puerta de entrada a las dunas del Sáhara. A continuación atravesamos el inhóspito lago salado de Chott Jerid para visitar Tozeur y alojarnos dos noches en Nefta, cuyo hotel (Neptus) se encontraba al borde de un extenso palmeral.
Algunas excursiones que realizamos en todoterreno (opcionales) nos llevaron al oasis de Chebika, y en la cordillera del Atlas, cerca de la frontera con Argelia, a contemplar los desfiladeros de Mides y Tamerza.
De camino hacia Túnez, la capital del país, nos detuvimos en Kairouan para recorrer la medina y visitar dos mezquitas: la del Barbero y la Gran Mezquita. La tarde la dedicamos a pasear por la atiborrada medina de Túnez, que destaca por su gran mezquita y por sus múltiples tiendas.
Al día siguiente emprendimos tres excursiones relacionadas con el mundo romano: la ciudad de Dougga, situada al este; el museo del Bardo, que guarda esquisitos mosaicos romanos, y, a orillas del Mediterráneo, Cartago una de las ciudades más importantes del norte de África en la antigüedad. Precisamente, cerca del mar, visitamos Sidi Bou Said, una de las poblaciones más bonitas de Túnez, repleta de fachadas pintadas en tonos azules y blancos.