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![]() Lago Näsijärvi |
Dos horas justas tardó el tren regional en cubrir los 200 kilómetros que separan Helsinki de Tampere. Lo mejor del trayecto fue el paisaje, pues en muchas ocasiones nos deslizábamos sobre terraplenes establecidos entre grandes masas de agua. Di fe de que Finlandia es el país de los lagos, y de los bosques.
Llegados a Tampere, caminamos por la principal avenida que vertebra en dos la ciudad: Hameenkatu, y que nos permitió observar el río Tammerkoski desde un puente. Este estrecho canal une el lago superior (Näsijärvi) con el inferior (Pyhäjärvi), y gracias al empuje de las aguas, en sus orillas se establecieron fábricas que, en la actualidad, han pasado a mejor vida. De hecho, estas fábricas constituyen uno de los reclamos turísiticos de Tampere.
Otro punto de interés lo encontramos al final de la avenida Hameenkatu, en el interior de un pequeño parque. Se trataba de la iglesia de Alejandro, estilizado templo coronado por un alto campanario acabado en punta.
Y en este punto comenzó la infructuosa búsqueda de una playa en alguno de los lagos; primero nos dirigimos al inferior, el Pyhäjärvi (no vimos nada), y más tarde, tras almorzar un bocata junto a la iglesia de Alejandro, nos presentamos en el superior, el Näsijärvi, pero lo único que vimos fue un parque de atracciones y su alta torre, un reclamo turístico para aquellos que querían contemplar los lagos a vista de pájaro.
Tampere no dio más de sí. Adquirí mi preciada postal de recuerdo y, a media tarde, tomamos el tren regional con destino a Turku. El viaje fue un calco del anterior: unos 200 kilómetros en algo más de dos horas, por un territorio sembrado de lagos y bosques, atravesando una zona despoblada donde apenas nos detuvimos.
La última parada del tren, donde nos apeamos, fue la estación portuaria de Turku. En el control de acceso al barco tuvimos un problema, pues dos de las empleadas no entendían que el billete de vuelta a Estocolmo era abierto, y que por tanto podíamos regresar desde Helsinki o Turku. Finalmente, todo se arregló, y pudimos embarcar.
Zarpamos de Turku a última hora de la tarde, con nosotros asomados a la barandilla de ese enorme barco, observando el perfil de la que fuera la primera capital de Finlandia. Poco después, mientras surcábamos las aguas de las islas Aland, contemplé una maravillosa puesta de sol. Fue el colofón a una estupenda jornada.
Al caer la noche, las salas de juego y las tiendas duty free se llenaron de un público ávido de juego y de derroche consumista. Nosotros preferimos retirarnos a dormir, en este caso, sobre colchonetas extendidas en una sala común.