Piscina principal |
Los dos primeros días, aprovechando el buen tiempo, los dedicamos a relajarnos en el hotel Be Live Collection, dando buena cuenta de su exquisita playa, jalonada de altos cocoteros, y de sus tres piscinas. Aprovechamos el "todo incluido" para degustar la comida local en los muchos restaurantes con que contaba el complejo.
El primer día, mientras descansábamos en las hamacas de la playa, contratamos las excursiones al margen del hotel. Orlando, un dominicano muy locuaz y avispado que había trabajado unos años en España, se encargó de resolvernos el asunto: visita a Santo Domingo, almuerzo en lancha al restaurante "La Langosta del Caribe" y excursión a isla Saona y Altos de Chavón.
Aparte de ofrecer buenos restaurantes a la carta y cócteles de todo tipo, el hotel Be Live Collection disponía de instalaciones deportivas de diferente índole. Nosotros dimos buena cuenta de casi todas ellas. En la playa montamos en kayak e hicimos esnórquel, en la piscina jugamos a voleibol, al caer la noche jugamos al pádel y al tenis y, de vez en cuando, también movimos la muñeca jugando al ping-pong.
Algunos días de la semana, el hotel, en una especie de mercadillo ambulante, abría sus puertas a músicos y artistas locales para que pudieran vender sus productos. Cuadros, collares, pulseras y figuras de madera se exponían a la vista de los sorprendidos huéspedes. Eso sí, algunos vendedores eran muy pesados y maleducados.
Esta excursión en lancha transcurre al norte de Punta Cana, en la línea costera correspondiente a Playa Bábaro. Se trata de una combinación gastronómica y lúdica: zamparnos una langosta y visitar el delfinario de Punta Cana.
Una langosta caribeña |
Tardamos veinte minutos en llegar a La Langosta del Caribe, un pequeño restaurante ubicado en playa Bávaro, en la pedanía de El Cortecito. La excursión, que incluía transporte, almuerzo langostero y visita al delfinario, costó 50$ por persona, un poco cara, pero valió la pena. Las mesas y la barra se hallaban sobre la arena, a escasos metros del agua. Un camarero nos explicó que el precio incluía tres bebidas, parrillada de marisco y plato de langosta.
Orlando, el negociante de la playa, nos aconsejó que compráramos café y ron en un supermercado de El Cortecito próximo al restaurante. Aseguró que los precios eran económicos y dimos fe de ello. Una vez realizadas las compras, emprendimos el regreso al hotel en lancha. Por el camino, bajo una fina lluvia, nos acercamos al delfinario de Punta Cana, que no estaba abierto al público. Rodeamos varios estanques, pero no vimos aleta alguna de delfín o tiburón. Dichosa lluvia.
Esta excursión en bicicleta la realizamos en una mañana. Nos movimos por la carretera Cabeza de Toro, entre la playa del mismo nombre y la laguna Bávaro, y concluyó junto al mar, degustando deliciosos cocos recién abiertos a machetazos.
El Tour de Punta Cana |
El penúltimo día de estancia en Punta Cana, el hotel organizó una excursión en bicicleta por la costa. El único requisito para no quedarse fuera era apuntarse el día anterior de los primeros. Y eso hicimos.
A las diez de la mañana, Juan Carlos, el empleado del hotel, repartió las bicicletas y una botella de agua a cada uno. Partimos del hotel con el sol fustigándonos en todo lo alto. Hacía calor mientras nos movíamos hacia el sur de Punta por la carretera Cabeza de Toro, asfaltada y muy bacheada. Los campos que había a nuestra derecha rebosaban de basura: bolsas y botes de plástico, botellas de vidrio y un sinfín de escombros, aunque también vimos campesinos montados en carromatos tirados por caballos. Varios niños pequeños salían a nuestro encuentro. Todos sonreían a la vez que extiendían la mano para pedir unas monedas. Era una Punta Cana muy diferente a la que vivían los turistas en los resorts, con el todo incluido.
Poco después de pasar por la puerta del hotel Catalonia Bávaro, giramos a la izquierda y tomamos un camino de tierra que conducía a la playa. Ahora nos sentíamos un poco más seguros y cómodos, sin la presencia de coches. Los baches eran más previsibles. Al final de la pista apareció de la nada un complejo de tiendas conocido como Plaza Gift Shop.
Perdimos mucho tiempo mientras algunos miembros del pelotón realizaban compras en algunas tiendas. Nos enfadamos con el guía Juan Carlos, que de inmediato nos invitó a que le siguiéramos hasta la playa Cabeza de Toro, una zona virgen repleta de palmeras cocoteras, sin hoteles a la vista. El chico sacó un machete de la maleza, se encaramó a una palmera y cortó una ristra de enormes cocos. Luego, a golpes de machete, fue abriéndolos para que bebiéramos el líquido y comiéramos la pulpa. Fue un exquisito premio que colmó a los doce integrantes del Tour de Punta Cana. Todos nos consideramos ganadores de la etapa.