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![]() Fira y el cráter de Santorini |
Un tren diurno nos trasladó desde Kalambaka, en Tesalia, hasta el puerto del Pireo, en la Ática. Y esa noche embarcamos hacia Santorini en el Poseidón, un enorme buque que iba atiborrado de jóvenes mochileros. Dormimos en sillones de la sala común; otros viajeros, en cambio, lo hicieron en los bancos de la cubierta.
A partir de las ocho, una vez tomamos el desayuno en el bar, nos dejamos ver por la cubierta superior. El sol comenzaba a calentar mientras el barco avanzaba hacia Santorini sorteando pequeños islotes. Durante la noche habíamos realizado algunas paradas en algunas islas del Egeo, y a eso de las nueve atracamos en la isla de Ios. De aquí a Santorini ya no nos detuvimos más.
Quedé impresionado cuando el barco penetró en el antiguo cráter del volcán de Santorini y recorrió la apacible laguna hasta el puerto de Athinios. Desde mi atalaya contemplé Ios y Fira, con sus casas blancas desparramándose por la parte superior de la caldera.
Bajamos del barco con la incertumbre propia de aquel que se ve atosigado por decenas de personas que ofrecen alojamiento en la isla. Escuchamos ofertas, vimos fotos de casas y hotels, y oímos precios. Finalmente elegimos un hotel con piscina que incluía el desayuno y el transporte.
Junto a un a par de mochileros recién desembarcados, fuimos conducidos en el interior de una furgoneta hasta el hotel Villa Manos, en Karterados, un conjunto de edificios de una planta dispuestos alrededor de una magnífica piscina.
A mediodía, una vez nos refrescamos en la piscina y realizamos la colada, tomamos un autobús a pie de carretera y nos dirigimos a la playa de Mikara, que, como el resto de las playas de Santorini, se encuentra en la parte opuesta al cráter.
Almorzamos a un precio razonable en un bar de la calle principal (en las terrazas del paseo Marítimo los precios eran más altos), y tomamos buenos baños en esa playa de arena blanca.
A media tarde, tras un nuevo paso por el hotel -con su correspondiente ducha-, partimos en un nuevo autobús hacia Fira, la capital de la isla. Desde la estación de autobuses, en compañía de una muchedumbre, fuimos serpenteando en ligera pendiente por las estrechas y empedradas callejuelas de la villa.
![]() Callejuelas de Fira |
![]() Callejuelas de Fira |
Fira vive por y para el turismo. Centenares de comercios, entre tiendas de regalo, bares con terraza, hoteles, hostales, etc., se apiñan en las estrechas calles. Para escapar de este laberinto de ladrillo y construcción desaforada, tuvimos que asomarnos al cráter del volcán.
Fuimos testigos esa tarde; la cresta del volcán, repleta de terrazas y de miradores sobre la laguna que ocupa el antiguo volcán, se llenó de turistas cámara en mano, dispuestos a fotografiar el hermoso enclave, y lo que estaba a punto de ocurrir.
Hacinados como borregos en los miradores, todos esperaban captar el momento en que el sol desapareciera por el horizonte. En realidad se trataba de un ocaso como otro cualquiera, pero que al ser compartido por centenares de personas, te crees que es especial, que estás contemplando la mejor puesta de sol del mundo. Cuando no es así.
Desde la cresta pudimos contemplar uno de los atractivos que más se asocia con la imagen de la ciudad: los borricos cargados de turistas que ascienden desde el puerto de Fira por un sinuoso camino de cabras. Estos, en concreto, ya habían concluido su dura jornada.
Y con las últimas luces del día, una vez el sol se esfumó por el horizonte, contemplamos Fira desde la distancia. Las casas blancas y los tonos oscuros de la tierra y el mar otorgaban al lugar una belleza sinigual. Sentí que estaba en un privilegiado enclave del Mediterráneo.