Muy cerca de la estación ferroviaria, de camino al Anfiteatro romano, nos cruzamos con la Rambla Nova, una de las vías más importantes de Tarragona. Aquí se encuentra la estatua de Roger de Lauria, del siglo XIX.
La Rambla Nova culmina en la baranda del Balcón del Mediterráneo, a 35 metros de altura, el mejor mirador para contemplar el mar y el litoral.
Si camináis desde el Balcón del Mediterráneo por el paseo de las Palmeras tendréis una fabulosa perspectiva del Anfiteatro romano. Os ahorraréis el dinero de la entrada.
El Anfiteatro fue construido en el siglo II d.C. y tenía capacidad para aproximadamente 14.000 espectadores. El recinto se usaba principalmente para luchas de gladiadores, espectáculos de caza y ejecuciones públicas, ofreciendo entretenimiento y, al mismo tiempo, fortaleciendo la presencia y poder de Roma en Hispania.
De forma elíptica, como muchos anfiteatros romanos, el de Tarragona cuenta con una arena central rodeada de graderíos, que se excavaron parcialmente en la roca natural.
Aunque parte del Anfiteatro está en ruinas, aún conserva la Puerta Triunphalis, la puerta por donde entraban los combatientes y salían después del combate.
La Puerta Triunphalis correspondía al acceso noroeste del eje mayor del Anfiteatro. Se puede observar perfectamente el enlosado de grandes piezas que cubrían el suelo de la puerta.
La arena original tenía áreas subterráneas o fosos que se usaban para guardar animales y equipamiento para los espectáculos.
En la zona norte de la fosa trasversal se encontró una pintura al fresco (hoy conservada en el Museo Nacional Arqueológico de Tarragona) dedicada a la diosa Némesis, que decoraba una pequeña capilla destinada a la invocación de esta diosa protectora de los gladiadores.
El espacio del Anfiteatro, considerado sagrado, adquirió carácter monumental con la construcción de una basílica visigoda a finales del siglo VI, que originó una pequeña área funeraria a su alrededor.
De la pequeña necrópolis se conocen tres cámaras funerarias y diversos enterramientos dispersos por la arena del Anfiteatro que obedecen a las prácticas funerarias cristianas de época visigótica.
En el siglo XII se edificó sobre la ermita visigoda la iglesia románica dedicada a la Virgen del Milagro, cuyos restos se pueden apreciar en lo que un día fueron los fosos del Anfiteatro.
Entre el Anfiteatro y el Circo romano se encuentra el Parque del Milagro, un bonito jardín con vistas al mar y al Anfiteatro. Tiene varios niveles que se pueden salvar por rampas, escaleras o por un práctico ascensor.
Una buena forma de llegar a Tarragona desde Barcelona, al margen del coche, es el tren. Un Regional Exprés nos trasladó desde Sants hasta la vieja estación ferroviaria de Tarragona.
Situada junto al puerto de Tarragona, la estación resultó ideal para acometer las excuriones que llevamos a cabo ese día. Lo que invertimos en el tren nos lo ahorramos en caros aparcamientos de pago.