Chamonix |
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Opel Vectra |
Esa mañana partimos de Sion, atravesamos Martigny y cruzamos la frontera franco-suiza. Pasada la población de Vallorcine, nos detuvimos junto a la carretera para visitar el Centro de Interpretación de la Reserva Natural de las Aguilles Rouges (Agujas Rojas). Me hubiera gustado dar una vuelta por el parque, mas optamos por continuar hacia Chamonix.
La segunda parada de la jornada la efectuamos en Le Tour, población rodeada de glaciares que cuenta con una estación de esquí.
Minutos después alcanzamos Chamonix, la capital de la región. Paseamos por el casco viejo y recopilamos información acerca de las excursiones que podíamos realizar por la zona. El tren cremallera al Mar de Hielo (1.913 m) y los teleféricos a la aguja del Midi (3.842 m) y a Brévent (2.525 m), eran algunas de las opciones que barajamos; sin embargo, preferimos ir a visitar el glaciar Bossons, una impresionante lengua de hielo visible desde el centro de la ciudad.
Glaciar Bossons |
Glaciar Bossons |
Chamonix siempre se ha considerado el campo base para atacar el Montblanc, el techo de Europa occidental con sus 4.810 metros. En el centro histórico, partido en dos por el correntoso y espumoso río Arve, vimos estatuas de personajes ilustres que coronaron su cima en el siglo XX, personajes que están considerados como los pioneros del alpinismo. Todo en Chamonix: tiendas, bares, transoportes, arquitectura local... nos recordaba que estábamos en el corazón de los Alpes. Aquí, la alta montaña rige el día a día de sus afortunados ciudadanos.
Mercado de Chamonix |
Río Arve |
El glaciar Bossons es una lengua de hielo que se descuelga del Montblanc, la montaña más alta de Europa occidental, cuya cima está compartida por Francia e Italia. El río de hielo se precipita al valle del río Arve, a unos quince kilómetros al sur de Chamonix.
La carretera D243 une Chamonix con el glaciar Bossons siguiendo el cauce del río Arve. Sólo son 15 kilómetros hasta el desvío que lleva al glaciar, al cual se llega una vez superado el cruce con el túnel del Montblanc, que enlaza Francia con Italia bajo los Alpes. La forma más cómoda, que no barata, de acceder al glaciar Bossons es utilizando el telesilla, que suele funcionar todo el año. Nosotros sólo lo utilizamos para ascender. Una vez arriba, una senda bien marcada nos condujo hasta la lengua del glaciar, que año tras año, irremediablemente por culpa del cambio climático, se sitúa más arriba. El glaciar pierde volumen a pasos agigantados, por lo que siempre es aconsajable acercarse a verlo cuanto antes. No vaya a ser que un año ya no haya hielo. |
Vimos la lengua de hielo del Montblanc, lo cual no nos dejó indiferente. Unos metros por encima de nosotros, gracias a los crampones y a la equipación adecuada, varios excursionistas se movían por el glaciar sintiendo el riesgo bajo sus pies. Los taché de intrépidos y también de descerebrados, pues es bien sabido que los ríos de hielo son muy imprevisibles y dan más de un susto.
Iniciamos el camino de vuelta por la misma senda, hasta el final del telesilla. A partir de ahí tomamos un sendero bien señalizado que, en continuos zig-zag por la ladera de la montaña, nos permitió descender cómodamente. Tardamos media hora en alcanzar el aparcamiento, o inicio del telesilla. Fue coser y cantar.
La etapa por tierras francesas transcurrió por la Alta Saboya, siguiendo la carretera que serpenteaba por el valle del río Arve. El descenso finalizó en Ginebra, ciudad donde habíamos iniciado nuestra singladura suiza una semana atrás.
A última hora de la tarde, tras entregar el coche en el aeropuerto, regresamos a Ginebra en tren y nos alojamos en el youth Hostel. Al caer la noche, tomamos unas copas en el puerto deportivo del lago Lemán, con el Jet d'Eau formando una cortina blanca de agua en forma de vela. Fue el mejor final para un magnífico viaje. Al día siguiente, a primerísima hora, volamos a Barcelona desde el aeropuerto de Ginebra.