Lisboa |
El día anterior, Isidoro y yo habíamos visitado Ávila, en cuya estación de tren averiguamos que si queríamos llegar a Lisboa al día siguiente debíamos desplazarnos hasta Medina del Campo, ciudad vallisoletana que soporta un importante nudo ferroviario. A las tres de la madrugada, montamos en un tren proveniente de Navarra que tenía los compartimentos repletos de viajeros que habían disfrutado de los Sanfermines. Algunos muchachos, comandados por joviales americanos y australianos, en un afán por alargar la fiesta, todavía empinaban el codo e iban un poco pasados de vueltas.
El tren avanzó muchos kilómetros junto al cauce del río Tajo, y a primera hora de la mañana se detuvo en la estación de Santa Apolonia de Lisboa, en el barrio de Alfama, el mismo que elegimos para localizar una pensión. Dos días nos debía ocupar la visita a la capital portuguesa, ciudad que se extiende por colinas que descienden hacia las aguas del estuario del Tajo. Sus barrios se comunican mediante calles empedradas muy empinadas, recorridas por tranvías cargados de historia y vías de funiculares.
La mañana del primer día la dedicamos al barrio de La Baixa, compuesto por un conjunto de calles elegantes que se construyeron tras el gran terremoto de 1755, y que confluyen en la plaza del Comercio, situada junto a la ribera del río. A continuación tomamos el primer tranvía de la jornada, el número 15, para dirigirnos a Belem, barrio lisboeta ubicado a seis kilómetros del centro, famoso por albergar la torre del mismo nombre, el monasterio de los Jerónimos y el monumento a los descubridores.
Por la tarde, tras un nuevo paso por La Baixa, nos aupamos al barrio de Chiado a través de un nuevo tranvía, de color amarillo, que funciona como un elevador. Recorrimos las calles del barrio, flanqueadas por tiendas de lujo, y luego nos acercamos al Barrio Alto, diseñado a principios del siglo XVI, que posee elegantes plazas, casas de fado, restaurantes y buenos miradores. A última hora del día, caminando por la amplia avenida Liberdade, nos acercamos hasta el acueducto de Aguas Libres, imponente obra de ingeniería del siglo XVIII.
El segundo día, por la mañana, lo dedicamos a Alfama, un entramado de callejas empinadas alrededor de la Sé (catedral) que forman el barrio más antiguo de Lisboa. En la parte alta, junto al castillo de San Jorge, nos asomamos al mirador de Santa Luzía, uno de los más emblemáticos e impresionantes de la ciudad. Cerca del mirador se encuentra el castillo de San Jorge, lugar de nacimiento de la ciudad, cuya visita recomiendo por su arquitectura y por las fenomenales vistas que se tienen de Lisboa.
Por la tarde, tras degustar platos de gastronomía local, partimos de Lisboa en el tren de Elvas, un viejo convoy que avanzaba lentamente por una vía sin electrificar. La locomotora era antigua. Desde la puerta del vagón se podía ver al conductor en su puesto de mando. Parecía que viajáramos en un tren de juguete.
Tren Lisboa-Elvas |
Tren Lisboa-Elvas |
Durante varios kilómetros avanzamos junto al río Tajo y luego atravesamos de oeste a este el corazón de Portugal, sembrado de bosques y de infinitos campos de cultivo.
De Lisboa a Elvas. Río Tajo |
De Lisboa a Elvas |
Ese día, en nuestro regreso a España, el tren no cubría el trayecto de 25 kilómetros que separan Elvas de la vecina Badajoz. Ese tramo lo cubrimos a pie por la carretera, desde las siete de la tarde hasta la una de la madrugada, con cena incluida en un bar cercano a la frontera hispano-lusa.
La Etapa 5 del Explorerail transcurre por EXTREMADURA ►