A unos 23 kilómetros al norte de Teruel se encuentra Cella, pequeño municipio que acoge un tesoro natural: la Fuente de Cella, un pozo artesiano construido en el siglo XII y ornamentado en el siglo XVIII, uno de los más amplios y profundos de Europa.
Se trata de un óvalo de 35 por 25 metros con una profundidad media de 10 metros. El firme circular de la fuente, diseñado por el ingeniero italiano Ferrari, alcanza los 130 metros de perímetro.
Cuenta la leyenda que en el interior de este pozo se esconde el recuerdo de un espíritu condenado a muerte por asesinar, llevado por los celos, a una joven mujer. Un día de tempestad un rayo destruyó al fantasma, horadó la tierra y provocó el surgimiento de las aguas.
Enclavada en el punto donde desagua la Fuente de Cella, se localiza la ermita de San Clemente, en cuyo honor el municipio celebra sus fiestas patronales. Como suele ocurrir en diversas localizaciones de España, allá donde hay un punto de interés de origen natural, la Iglesia construye un edificio religioso. Es norma de la casa.
El canal de agua que mana de la fuente es el principal aporte del Jiloca, río de 126 kilómetros de longitud que desemboca en el Jalón, tributario a su vez del Ebro.
Las aguas de la fuente irrigan la vega de Cella y abastecen a ocho pueblos de sus cercanías, lo que explicaría la importancia que tiene para los lugareños este pozo artesiano.
Los turistas que se acercan a Cella suelen quedarse, en un alto porcentaje, en las inmediaciones del pozo artesiano. Sin embargo, el municipio cuenta con un yacimiento arqueológico de primer orden. Se trata del acueducto que los romanos construyeron para traer agua a la parte alta del municipio. El caserío, por otro lado, está coronado por los restos del un castillo templario, a cuyos pies se localiza la iglesia parroquial.