Esta ruta comienza en Tejeda, uno de los pueblos más bonitos de España. Partimos a media tarde por la carretera GC-60. En unos diez o quince minutos pasaremos por el desvío que conduce al Roque Bentayga, una de las cimas más emblemáticas de Gran Canaria. En la Edad de Piedra, en este enclave pehistórico probablemente se realizaban ofrendas y sacrificios.
Alrededor del Roque Bentayga se han descubierto viviendas y graneros. Esta enorme roca es el resultado de un cráter volcánico, y estaba considerado como un lugar sagrado por los guanches. Aunque es más conocido como lugar de culto y posible residencia real, esta roca fue también un baluarte en la breve resistencia durante la conquista española.
Pasado el desvío al Roque Bentayga, sin dejar la GC-60, podremos detenernos en la cuneta para contemplar el Roque Nublo, la otra cima emblemática de Gran Canaria.
El sosegado bosque de Tamadaba es la patria chica del pino canario. Aquí crecen algunas plantas endémicas, muy poco comunes, imposibles de ver en otros lugares de la isla. Según nos cuentan los expertos, en lengua guanche Tamadaba significa hueco, aunque la mayor parte del bosque se halla a mayor altura que el territorio circundante (una vez más, nuestros sabios andan muy perdidos).
El pinar más extenso de la isla supone un respiro de las ciudades bulliciosas, de los centros turísticos y de las carreteras transitadas. Se puede almorzar en un merendero y dar un paseo desde la casa forestal hasta el punto más elevado, a 1.440 metros de altitud.
A través de la GC-60, que serpentea por un impactante paisaje, alcanzamos el Mirador de Inagua, el punto a partir del cual la carretera traza un vertiginoso descenso hasta Mogán.
Desde el mirador se puede ver la Presa de las Niñas, el embalse más popular de la isla, especialmente los fines de semana, cuando acuden los isleños aficionados a los almuerzos campestres.
Y si echamos la vista hacia el sur, divisaremos en la distancia (a varios metros bajo nuestros pies), la presa del Mulato. El embalse tiene forma de media luna y sus aguas azules contrastan con el verdor del pinar que lo abraza.
Iniciamos el vertiginoso descenso a Mogán y a los pocos minutos nos detuvimos en el Mirador del Mulato, una espectacular atalaya entre grandes degolladas y riscos. Desde aquí se puede ver una imponente vista del barranco de Mogán, con sus colores característicos.
El Mirador del Mulato es la antesala que precede al trepidante descenso que se debe acometer hasta alcanzar la base del barranco de Mogán. No recuerdo una carretera tan empinada, con curvas tan cerradas en tramos tan cortos. Los ingenieros que trazaron la carretera debieron ser premiados con una corona de laureles. Alcanzar la población de Mogán fue todo un respiro.
En el interior de la isla predomina el estilo de vida rural, como en Mogán, pueblo donde aún se respira una atmósfera tradicional donde abunda la arquitectura rústica. Un ejemplo de ello es el restaurado molino de viento, donde los campesinos jubilados se reúnen para charlar.