Galería Umberto I |
La primera etapa del Interrail había comenzado el día anterior, con una interesante visita a Pisa. Nos centramos en el río Arno y en los edificios que componen el Campo de los Milagros, compuesto por la Torre de Pisa, el Duomo o Catedral y el Baptisterio.
El tren nocturno que unía Pisa con Nápoles iba lleno y nos tocó dormir en el pasillo. Es lo que tiene el Interrail en Italia, con sus trenes siembre abarrotados. Llegamos a la napolitana estación Central de buena mañana, tras haber viajado en metro desde la estación de Nápoles Campi Flegrei (Campos Flégreos).
Era muy pronto y, como teníamos prácticamente todo el día por delante, decidimos aventurarnos a pie hasta el centro histórico de Nápoles. Nos sumergimos de lleno en una especie de caos organizado, con calles atestadas de motocarros, motos, pequeños vehículos. Todo el mundo tenía prisa menos nosotros.
La larga y entretenida caminata concluyó en la plaza del Municipio. Aquí se encuentran algunos de los edificios que más se asocian con la imagen de la ciudad, como el Ayuntamiento o el Castillo Nuevo, una fortaleza construida en 1282 para Carlos de Anjou, controvertido rey de Nápoles y Sicilia.
Caminábamos por espacios abiertos justo cuando el sol comenzaba a picar y las sombras a menguar. Sorteamos el primer golpe de calor de la jornada en el interior de la Galería Umberto I, un elegante centro comercial construido en 1887 que destaca por su techo acristalado y sus bellos soportales.
Prosiguiendo con la visita a esta parte del centro urbano, cruzamos a pleno sol la plaza del Plebiscito, la más grande de la ciudad, que alberga importantes edificios. Unos de ellos es el palacio Real, iniciado en 1600 por Dominico Fontana para los virreyes españoles.
Y enfrentado al palacio se levanta la basílica de San Francisco de Paula, la iglesia más importante de Nápoles, de época reciente, cuya cúpula me recordó mucho a la del Panteón de Roma.
A última hora de la tarde, tras fracasar de forma estrepitosa y lamentable en nuestro afán por visitar Pompeya, partimos de Nápoles en un Intercity con destino a Bari, ciudad de la costa adriática. No habíamos pagado el oportuno suplemento, y la revisora nos hizo bajar en Foggia.
Pasamos la noche en una cutre pensión y al día siguiente tomamos un tren hacia Brindisi, principal puerto de la costa sur adriátia de Italia. Al caer la noche embarcamos rumbo a Patras, en la costa del Peloponeso de Grecia, pero el fortuito encuentro con Marcelo, un viajero argentino que tenía previsto hacer escala en la isla griega de Corfú, alteró nuestros planes iniciales.