Palacio del Parlamento

• Cuando yo hice este Interrail existía un tren nocturno entre Belgrado y Bucarest. Y tardé 14 horas en cubrir el trayecto.
• La policía de aduanas rumana, acompañada de enormes perros pastor alemán, escudriñó los asientos del compartimento como si les fuera la vida en ello. ¡Cuidadín con lo que lleváis!
• Recordad que tenéis que adelantar una hora los relojes.
• Bucarest no es una ciudad bonita. Un día es suficiente para visitarla.
• Por las calles, aparte de coches y tranvías, veréis un gran surtido de carros tirados por caballos. Se trata de los gitanos cíngaros, que al parecer, la modernidad no va con ellos.
• Transilvania se encuentra a unas pocas horas en tren de Bucarest. Existen varios servicios entre la capital y Brasov, su capital.

La noche se nos hizo eterna a bordo del tren nocturno, y es que empleamos 14 horas en cubrir el trayecto desde Belgrado. Y además del tiempo empleado, en las fronteras fuimos recibidos por enormes perros que olisqueaban los compartimentos en busca de drogas; y por guardias serbios solicitándonos el visado turístico (6€), que no pagamos porque entramos en Yugoslavia por Montenegro. Como reseña positiva, cabe mencionar que llegamos a la estación del norte de Bucarest a las ocho de la mañana, con puntualidad.

Estación del Norte de Bucarest

Lo primera sensación que tuve cuando salí de la estación y abordé la calle, fue que en Bucarest se había detenido el tiempo. Gitanos cíngaros, tocados con sombreros de ala, se movían por las calzadas montados en viejos carromatos tirados por caballos. Y en algunas bocacalles, las infraestructuras y el mobiliario urbano dejaban mucho que desear. Esa fue la principal carta de presentación de la capital rumana.

El perfil triste de Bucarest

La cara alegre de Bucarest la encontramos caminando por el parque Cismigiu, un pulmón verde presidido por un gran lago. Entre la foresta vimos el Museo de Arte.

Parque Cismigiu

Al sur del parque Cismigiu, caminando por las retorcidas calles del centro histórico, admiramos algunos edificos interesantes. El primero fue la cervecería Caru cu bere, un bar y restaurante situado en la calle Stavropoleos, que fue inaugurado originalmente como una fábrica de cerveza en 1879.

Cervecería Caru cu bere

El siguiente edificio que vimos, de carácter religioso, fue Sfantul Anton, bonita iglesia de estilo ortodoxo, muy distinta a las típicas iglesias católicas. En su interior, los fieles colocaban velas junto a un muro, que era la forma de mostrar su fe. El interior me pareció un pequeño oasis de tranquilidad.

Iglesia Sfantul Anton

Por último, a pocos pasos del canal, o río Dimbovita, descubrimos Hanul lui Manuc, la posada más antigua de la ciudad, que también alberga un restaurante popular, una cafetería, varias tiendas y un amplio bar. Vale la pena husmear por el patio para contemplar su vistosa fachada. Y por supuesto, aprovechamos la terraza del bar para tomar unos refrescos.

Posada Hanul lui Manuc

Tras el pequeño descanso, retomamos la visita a Bucarest avanzando hacia el norte por calles destartaladas y descuidadas. Como era costumbre, el toque distintivo lo ponían edificios como la iglesia Rusa, el ateneo Rumano, el Museo de Historia de Bucarest, o plazas como la Revolución.

Plaza de la Revolución

Habíamos visto lo mejor de Bucarest. Y ya sólo nos quedaba acercarnos al Palacio del Parlamento, el edificio civil más grande del mundo, y el segundo más grande del mundo después del Pentágono de Washington. El palacio se edificó sobre una parte del centro histórico de Bucarest, que fue demolido por orden del presidente Ceaucescu, que lo habitó hasta su muerte (fue decapitado, junto a su mujer, por los habitantes de Bucarest).

Para conseguir la financiación del proyecto, el equivalente a 5 años del presupuesto del país, Ceaucescu asumió una importante deuda externa que devolvería fácilmente sumiendo al pueblo rumano en la miseria.

Palacio del Parlamento

El tren a Brasov partía a las cuatro y diez de la tarde. Antes de marchar hacia Transilvania tuvimos el tiempo justo para almorzar en un McDonald's de la calle Regina Elisabeta. Llegamos a la estación con quince minutos de antelación y, como no podía fallar, no encontramos un compartimento que estuviera vacío.