Tejado de Oro |
Partimos de Salzburgo de buena mañana, en un tren que debía cubrir la ruta hasta Innsbruck en cinco horas. Y el paisaje no defraudó ni un ápice. En la primera parte del trayecto, por la región de Salzburgo, el tren remontó el valle del río Salzach hasta los Alpes Aurianos. Era un escenario fascinante, caracterizado por el verdor de las praderas, el gris de las altas crestas alpinas y el azul intenso de los lagos, como el de Zell am See.
A partir de este punto el tren viró hacia el norte, y por nuevos valles floridos penetramos en el Tirol, la región más montañosa de Austria. A la altura de Wörgl, villa enclavada en un cruce ferroviario, nos incorporamos al valle del río Inn, que vertebra el Tirol de este a oeste.
TOPÓNIMO DE TIROLLlegamos a la estación central de Innsbruck a mediodía, con el cielo cubierto de nubes, que es la mejor carta de presentación que exhibe el profundo valle del Inn casi todo el año.
Nos encaminamos hacia la avenida María Teresa, la medular arteria comercial de la ciudad, y que debe su nombre a la emperatriz María Teresa de Austria. Y nos dimos de bruces con el Arco de Triunfo, erigido en 1655.
Nos dirigíamos a pie hacia el Alstadt por la avenida María Teresa, y en su tramo central contemplamos la columna de Santa Anta, levantada en 1703 para conmemorar la liberación de las tropas bávaras que habían invadido el Tirol.
Y al otro lado de la columna nos recibió el Alstadt, la parte más antigua de Innsbruck. Su diminuto y peatonal casco histórico se conserva prácticamente intacto desde que los Habsburgo decidieran levantar encantadores edificios, hace 800 años.
El legado medieval de Innsbruck está asociado a la figura del emperador Maximiliano I. Suyo es el principal monumento de la ciudad: el Tejado de Oro del balcón del edificio que un día fuera la antigua residencia de los soberanos tiroleses, rematado con 2.657 tejas de cobre doradas al fuego.
A media tarde, visto el centro histórico, decidimos realizar una corta excursión. Y sin salir de la ciudad, haciendo uso del eficaz servicio de tranvías que recorría la avenida María Teresa, nos acercamos al trampolín de saltos de esquí de Bergisel.
La estructura, construida con cristal y acero, se encuentra al sur de la ciudad, en la cabecera del valle del río Sill, y desde 1956, junto a otro trampolín austriaco y dos alemanes, forma parte del prestigioso torneo de los Cuatro Trampolines. Desde la base de la plataforma contemplamos una vista panorámica de Innsbruck que nos supo a poco, pues grises nubes bajas cubrían todo el valle, con amaneza seria de lluvia.
El Interrail marchaba viento en popa, con el proyecto de concluirlo en Gran Bretaña. Pero antes de llegar a Londres debíamos hacer escala en Bruselas, y para llegar a la capital belga al día siguiente debíamos tomar el tren nocturno que pasaba por Múnich. Para llevar a cabo esta empresa, a última hora de la tarde partimos de Innsbruck en un tren regional cuyo destino final era Múnich. El trayecto fue espectacular, pues atravesamos los Alpes Bávaros entre Austria y Alemania.
Nos detuvimos en Seefeld, pueblo que alberga la estación de esquí de fondo más grande de Austria. Y al otro lado de la frontera, durante el pronunciado descenso, pasamos por Mittenwald, popular estación de invierno conocida por sus afamados violines artesanales. En este punto, el Regional abandonó el valle del Isar y, a través de un nuevo puerto dominado por densos bosques, enlazó con el vecino valle de Loisach. En su cabecera nos aguardaba Garmisch-Partenkirchen, pueblo que posee uno de los ámbitos esquiables más grandes de Alemania. Y a partir de aquí, siendo ya noche cerrada, proseguimos el descenso por los Alpes hasta alcanzar Múnich.