Plaza del Senado |
El barco procedente de Estocolmo atracó a las 8 de la mañana en la terminal Katanjanokka del puerto Sur de Helsinki. Desayunamos en el muelle, mientras observábamos cómo salían los coches del barco. A pocas manzanas localizamos el Eurohostel, el albergue juvenil que elegimos para pasar la siguiente noche. Y a continuación, de camino al centro de Helsinki, desfilamos frente a la catedral Uspenski, un llamativo edificio de estilo ortodoxo construido en 1868.
Lo que más nos llamó la atención ese soleado día fue descubrir lo animada que estaba la plaza del Mercado, que alberga el Ayuntamiento y el Palacio Presidencial. En la plaza, los pescadores del puerto exponían su mercancía, recién capturada, sobre mesas dispuestas frente a sus pequeñas embarcaciones. Esta animada explanada se había convertido en uno de los principales puntos de reunión de los lugareños, que en verano acaparan los rayos del sol mientras caminan o toman posesión de las terrazas de los bares.
En invierno, debido al frío gélido propio de esta zona, los lugareños hacen vida en las galerías subterráneas que, como madrigueras, se extienden por los bajos de la ciudad. Pero en verano, la vida se traslada a la superficie; los parques y jardines se llenan de gente ávida de sol y del calorcito propio de esta estación.
Un tema que queríamos resolver era saber a dónde podíamos ir al día siguiente. Nos acercamos a la estación de tren, sita en la plaza de Rautatientori, y una vez consultados los horarios, determinamos ir a Tampere. Esta ciudad del interior estaba unida por ferrocarril con Turku, villa costera desde donde regresaríamos a Estocolmo en barco. Y de esta manera, ya habíamos orquestado nuestro paso por Finlandia en Interrail.
En la plaza Rautatientori, además de la estación ferroviaria (no os perdáis su vestíbulo), pudimos ver edificios como el Teatro Nacional y la Galería Nacional.
Habíamos visto algunas plazas y parques de Helsinki, y caminado por la insípida trama urbana, con feos edificios grises y calles desangeladas, que conforman el centro de la ciudad. Vimos una vía de escape al monótono centro histórico asomándonos al paseo marítimo que bordea la ciudad por el sur. De camino vimos la bonita iglesia de Johannsen, con sus dos altas torres terminadas en punta.
El paseo marítimo consistía en una pasarela de madera que, en todo momento, seguía la costa adaptándose a la accidentada orografía. En nuestro distendido caminar, vimos pequeñas islas cubiertas de un tupido manto forestal, rodeadas del azul eléctrico del mar Báltico. También nos sorprendió ver a un grupo de personas lavar alfombras en una zona habilitada para tal menester.
El sendero nos condujo nuevamente a la plaza del Mercado. Tras el obligado almuerzo bocadillero, reanudamos la visita a la ciudad desplazándonos hasta la plaza del Senado, presidida por la catedral Luterana, y rodeada de otros edificios neoclásicos. La catedral se construyó como tributo al gran zar ruso Nicolás I. Las altas escaleras que preceden al templo proporcionaron buenos minutos de descanso.
A última hora de la tarde nos dirigimos a pie hacia el norte de Helsinki, hasta el parque de la bahía Töölön, uno de los grandes pulmones verdes con que cuenta la ciudad. Recorrimos algunos senderos del parque, entre fuentes de agua y vigorosos árboles, y a última hora de la tarde nos presentamos en el Eurohostel, dando así por concluida la jornada.