Templo de Apolo |
Las ruinas principales de Delfos, el Santuario de Apolo, se encuentran antes de entrar en la pequeña población de Delfi, en la ladera de una escarpada montaña. Veréis las taquillas una vez estacionéis el vehículo en el aparcamiento gratuito.
Un sendero, correspondiente con la Vía Sacra, recorre el Santuario de Apolo en continuo ascenso. Y así, de esta guisa, fuimos viendo sucesivos templos, unos en mejor estado de conservación que otros.
Pocas columnas quedaban en pie, algunas de ellas sostenían pequeños templos como el del Tesoro de los Atenienses. Conocido también como Sikyonian, fue levantado en la segunda mitad del siglo VI a.C.
Otras columnas, en cambio, se mantenían en equilibrio, solitarias, desafiantes al paso del tiempo, caso del Trípode de Platea, el Altar de Apolo, o la columna de las Serpientes.
A continuación desfilamos por el templo de Apolo, del siglo VI antes de Cristo, del que sólo restan unas pocas columnas en pie. Fue conocido como templo de los Alcmeónidas, en tributo a la familia ateniense que financió su reconstrucción después de un incendio.
En la parte alta del recinto, a la que se sube por unas interminables escaleras, vimos el Teatro de Delfos, del siglo IV antes de Cristo, con sus gradas en perfecto estado de conservación.
Desde el Teatro de Delfos, como si de una magnífica atalaya se tratara, contemplamos las ruinas del templo de Apolo. Este es, quizá, el mejor lugar para fotografiar Delfos. Y si el día acompaña, como el fue caso, el placer será doble.
De camino al Santuario de Atenea, en una curva de la carretera, nos detuvimos junto a la fuente Castalia, cuyas aguas servían para purificar a aquellas personas que querían visitar el Oráculo de Delfos.
A partir de la fuente Castalia se acaba la senda y, para alcanzar el Santuario de Atenea, se debe caminar por la cuneta de la carretera. A vuestra derecha, a varios metros por debajo del guadarraíl, veréis los restos del Gimnasio, del siglo IV a.C.
Unos metros más adelante alcanzamos la senda que desciende hasta el Santuario de Atenea Prónaya, que es de libre acceso. Primero nos detuvimos en un mirador, desde donde pudimos contemplar una buena panorámica del Tholos, el principal edificio del recinto.
Tras completar el descenso por la empinada senda a pleno sol (menos mal que estábamos en enero y no hacía calor), nos acercamos al Tholos para admirar las tres columnas dóricas que aún quedan en pie.
El tholos es un edificio circular construido en el siglo IV a.C. (hacia el 390). Estaba rodeado por veinte columnas dóricas en su parte exterior. Se elevaba del nivel del suelo sobre un crepidoma de tres escalones y en su interior había una cella o cámara circular a la que se accedía a través de una abertura triple tipo anta.
El Santuario de Atenea Prónaya (también escrito Pronaia, es decir, "la que está delante del templo"), se encuentra en el lugar llamado "Marmaria" (Mármoles), a unos 1.500 metros al este del Santuario de Apolo.
El Santuario está situado debajo del camino que conducía a los peregrinos que llegaban a Delfos por tierra para consultar el Oráculo, y sus edificios se levantaron entre los siglos VI y V a.C.
Tras la visita a los dos santuarios, accedimos al Museo Arqueológico, uno de los mejores de Grecia, cuyo acceso está incluido en la entrada general a Delfos.
En su interior vimos bustos de todos los tamaños, con y sin cabeza, frisos, piezas rescatadas de este y de otros sitios arqueológicos, y sobre todo, descubrimos una estatua que entusiasmó groso modo a mi hermana: el Auriga de Delfos, construida en bronce.
La población de Delfi se encuentra a unos diez miutos a pie de la entrada a las ruinas de Delfos, aunque nosotros, por habernos dado una buena caminata por los recintos arqueológicos e ir justos de tiempo (iban a dar las tres), optamos por desplazarnos en coche.
Aparcamos a la entrada del pueblo, y desde la acera contemplamos atónitos el profundo barranco sobre el que se agolpaban las casas del pueblo. A lo lejos divisamos las aguas del mar Jónico, en concreto una porción del golfo de Corinto.
A escasos metros del mirador dimos con el restaurante Delfikon, que también era hotel. Dos refrescos, una ensalada de atún para compartir y un par de musakas completaron el menú. Pagamos menos de 20€.