El New York City Hostel de la avenida Ámsterdam no era precisamente un hotelazo (habitación y baño compartido, ronquidos por la noche...), pero resultó muy económico y sumamente eficiente, pues se encontraba a la altura del Central Park, muy cerca de los principales sitios turísticos de la ciudad.
Esa mañana prescindimos del metro y nos encaminamos hacia el norte de Manhattan por la avenida de Ámsterdam. A la altura de la calle 115 dimos con la universidad de Columbia. Accedimos al Campus para constatar que ese día la universidad estaba cerrada.
Accedimos al Central Park por su esquina noroeste. Iniciamos la caminata en dirección sur, siguiendo la pista asfaltada que discurre por el oeste, la West Drive, que tenía vetado el acceso a los coches. En pocos minutos alcanzamos el estanque Reservoir, un enorme lago artificial que tiene todo su perímetro rodeado por una valla metálica, la misma que tantas veces había visto por la tele.
Al sur del estanque Reservoir veréis una gran zona de césped abierta, sin apenas árboles, conocida como El Gran Lawn. Se trata de varias pistas de béisbol, aptas para que cualquiera practique al aire libre. Debéis tener cuidado al pasar por aquí.
En la parte meridional de los campos de béisbol, junto al estanque Turtle, se encuentra el castillo Belvedere. Para llegar a esta parodia de fortaleza tuvimos que dar un gran rodeo por el laguito en cuestión.
Estuvimos rodeados de árboles y de vegetación por todas partes. Llegó un momento en que ni siquiera veíamos cemento, lo cual da fe de lo grande que es Central Park, el gran pulmón verde de Manhattan. Muchas ardillas correteaban de árbol en árbol delante de nuestras narices.
Por último, una vez completamos los cuatro kilómetros que tiene Central Park de norte a sur (dos horas de caminata), nos acercamos a la pista de hielo que hay en el extremo sureste, junto al parque zoológico.
Salimos de Central Park por la esquina suroeste, yendo a parar a la Grand Army Plaza (calle 59). Habíamos abandonado la paz del parque para adentrarnos de nuevo en la jungla de cristal y asfalto. En Park Avenue, entre altos rascacielos acristalados, tomamos un almuerzo salchichero a base de (hot dogs).
Cuando acabamos de comer nos dirigimos hacia el Rockefeller Center. Situado entre las avenidas Quinta y Sexta y entre las calles 51 y 48, el complejo consta de cinco rascacielos, entre los que destaca el edificio RCA, de 70 plantas y 260 metros de altura, que en su día fue el más alto del mundo.
La entrada principal del complejo se encuentra en la Quinta Avenida. Se trata de un agradable paseo peatonal conocido como Channel Gardens, que está adornado con fuentecillas de agua y parterres de flores.
A media tarde le echamos un vistazo al gigantesco vestíbulo de la estación de tren Gran Central Terminal. Y a continuación nos dirigimos al cercano edificio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Hacía tanto frío que vimos con buenos ojos acceder a su interior.
La entrada a la ONU (de pago) se encuentra en una plaza situada entre la Primera Avenida y el río East River. En torno al edificio había una exposición de objetos en pro de la paz. A mí el que más me gustó fue el de un revólver con el cañón retorcido.
Abonamos la entrada y realizamos la visita guiados por una joven malinesa. Vimos un museo, la Sala del Consejo de Seguridad (donde en ese instante los delegados de dos países resolvían un contencioso por la vía del debate), y por último entramos en la Sala de la ONU, famosa por ser la que aparece siempre en televisión. Desde las gradas pudimos ver toda la sala al completo: los asientos en semicírculo, el estrado y la zona reservada a la prensa en primer término.
Nuestro siguiente objetivo en Midtown fue la New York Public Library (biblioteca de Nueva York), situada en la Quinta Avenida, entre las calles 42 y 40. En su interior vimos salas de lectura llenas de estudiantes y otras que contenían otro tipo de información, como la interesante sala de mapas mundi. En ella pudimos contemplar mapas de la época colonial de Europa y América.
A finales de los noventa era normal entrar en las bibliotecas para conectarse a Internet y así poder enviar mensajes de texto gratuitos a los móviles. Era la forma más económica y rápida de comunicarte con los tuyos. Y eso fue precisamente lo que hicimos desde la sala de Internet.
Al caer la noche, enfilamos hacia el norte de Manhattan para cumplir con otro objetivo del día: auparnos hasta lo más alto del mítico Empire State, el edificio que más se asocia con la imagen de Nueva York. Adquirimos las entradas para subir a la planta destinada a los turistas.
Un primer ascensor hasta la planta 85 y un segundo hasta la última planta nos situó en el mirador del Empire State, cuyo exterior está protegido por una alambrada. En la pequeña plataforma hacía un frío de mil demonios, pero las vistas nocturnas de Nueva York compensaron con creces este contratiempo.