Llegamos a Washington sobre las diez de la noche, procedentes de Filadelfia. Recorrimos a pie unas veinte manzanas desde la parada de autobús, y nos alojamos en el desaparecido hostel HI Washington DC, sito en la intersección de las calles K y 11.
El hostel Washington DC estaba ubicado en pleno corazón de Washington. Cubrimos a pie la corta distancia que nos separaba de la Casa Blanca, el edificio donde reside el presidente de los Estados Unidos.
Tened en cuenta que para visitar el interior de la Casa Blanca hay que reservar con una semana de antelación. Las colas que se forman para entrar son muy largas y la espera os puede llevar medio día.
Desde la verja que rodea el recinto (Casa y jardines) contemplamos la fachada blanca de uno de los edificios que más se asocian con la imagen de la ciudad. Esa mañana habían colocado una carpa blanca delante de la fachada, pero al día siguiente, domingo, no estaba, y sí pude tomar una buena instantánea.
A continuación penetramos en el National Mall, parque de cuatro kilómetros de longitud que aloja los principales museos de Washington (Smithsonian), memoriales como el de la guerra de Corea o el de Abraham Lincoln, el Obelisco o Washington Monument y el gran edificio del Capitolio.
Y de todo cuanto teníamos a nuestra disposición esa soleada mañana, metimos el hocico en el Museo del Aire y el Espacio, uno de los más aclamados e importantes del Smithsonian.
El Museo del Aire y el Espacio, como el resto de los museos del Smithsonian, es de acceso gratuito. En su interior podréis admirar una buena colección de aeronaves, maquetas, audiovisuales, lanzaderas y naves espaciales... Estuvimos más de una hora recorriendo sus salas.
Dos grandes construcciones cierran el parque del Mall. Por el lado oeste el Memorial de Abraham Lincoln y por el este el Capitolio de los Estados Unidos, edificio construido en 1800 y que constituye una de las principales atracciones turísticas de la ciudad.
El Capitolio es el edificio que acoge al Congreso de los Estados Unidos, formado por la Cámara de Representantes y la Cámara del Senado. Con el paso de los años el Capitolio ha llegado a convertirse en un símbolo de libertad y democracia para el país. También es un gran exponente del estilo neoclásico americano.
Desde las escaleras altas del Capitolio tendréis una buena perspectiva del Mall, con sus cuatro kilómetros de césped jalonados por edificios que acogen museos y galerías de Arte. Necesitáis más de dos días para echarles un vistazo a todos.
La entrada al Capitolio es gratuita. El único inconveninte que hubo fue que estuvimos más de una hora haciendo cola. Una vez franqueamos el control de metales, recorrimos algunas salas del interior, las que nos dejaron, e incluso tomamos un ascensor hasta el aparcamiento, donde, para sorpresa nuestra, vimos raíles de tren y algún que otro vehículo blindado. Creo que ese lugar era de acceso restringido.
Esa tarde, en la estación de ferrocarril Union supimos que la forma más rápida que teníamos de llegar a las cataratas del Niágara era alquilando un vehículo. Era inviable llegar en transporte público, pues debíamos retroceder a Nueva York.
Habíamos salido muy tarde del Capitolio, y ese día el almuerzo se convirtió en una merienda. Un restaurante de comida rápida de la estación nos sació el voraz apetitio que teníamos.
A última hora de la tarde nos desplazamos a pie hasta Georgetown, el barrio estudiantil de Washington, en uno de cuyos pubs tomamos buenas cervezas locales. Eso sí, tened en cuenta que a la hora de pagar debéis dejar una propina obligatoria, que suele complementar al sueldo de los camareros. Nosotros no lo sabíamos y recibimos alguna bronquilla que otra.