Playa Roja de Kokkini |
En la habitación del hotel, estudiando un mapa de la isla, nos llamó la atención una playa en Akrotiri, la "Playa Roja". En recepción nos dijeron que su arena roja y el alto acantilado que la custodiaba, era uno de los atractivos de Santorini. Y para allá que nos fuimos en autobús una vez tomamos el desayuno.
Al final de la carretera, a unos metros del aparcamiento, vimos la iglesia de San Nicolás, un pequeño templo levantado al amaparo de una roca, con su típica fachada griega en azul y blanco.
El aparcamiento de Akrotiri, previo a esta peculiar y atractiva playa de tonos rojizos, ya reunía un buen puñado de coches. Esto daba fe de la importancia del enclave. Tanto el camino de acceso como la propia playa estaban cubiertos de una característica grava de color negro rojizo.
El camino descendía por la ladera de esta peculiar montaña de tonos rojizos y negros. Estos colores se deben al origen mineral de sus rocas y arena que provienen de sedimentos volcánicos.
Empleamos unos diez minutos en llegar a la playa de Kokkini por el sendero, una pequeña cala situada al abrigo de una montaña de arena roja. Debido a la irregularidad del terreno, se aconseja llevar un calzado adecuado.
Toda la playa estaba ocupada por tumbonas de pago y casi no quedaba espacio para colocar las toallas. Es lo que ocurre en los enclaves más turísticos de Grecia. Afortunadamente, nada ni nadie impidió que disfrutáramos de un baño en esas aguas azul turquesa, que contrastaban con el rojo intenso de la montaña. Me pareció un lugar fantástico.
Después de almorzar un bocado en un chiringuito de la Playa Roja, regresamos al hotel donde habíamos pasado la noche, en Karterados, para darnos un baño en la piscina y quitarnos así la sal. A los empleados no les pareció suficiente que hubiéramos dormido allí esa noche, y nos cobraron 3€ a cada uno.
Pasamos la tarde en Fira, la capital de Santorini. La tarde anterior habíamos caminado por la calle que recorre el perímetro del cráter, hasta el mirador de la catedral Metropolitana ortodoxa. Esta vez, empero, nos quedamos en el centro de la villa, admirando la caldera y su laguna desde diferentes ángulos.
Como no podía ser de otra forma, mientras recorríamos las pintorescas callejuelas de Fira, vimos exclusivas tiendas de moda, decenas de tiendas de regalos, restaurantes, heladerías e incluso bares y discopubs donde poder disfrutar de la chispeante vida nocturna griega. Aunque lo que más nos impresionó fueron los encantadores hoteles con vistas impresionantes y piscinas panorámicas sobre la caldera.
Fira se encuentra a 260 metros sobre el nivel del mar, en lo alto del cráter del extinto volcán, por lo que llegar hasta ella haciendo trekking no es muy aconsenjable. Otra opción que utilizan muchos turistas recién llegados al viejo puerto es montar en borricos por un sinuoso y vertiginoso camino trazado en ziz-zag.
A media tarde, junto a una marabunta de mochileros, abandonamos Fira en un autobús cuyo destino era el puerto de Athinios. Llegamos a nuestro destino a las 18:30, cuando aún faltaba una hora y media para que llegara nuestro transporte a El Pireo.
Las terrazas de los bares del puerto estaban repletas de viajeros. Nosotros fuimos más prácticos y para esquivar los altos precios del barco, adquirimos en una tienda comida y bebida para la cena y el desayuno. Poco antes de las ocho embarcamos en el Panagia, el barco que debía conducirnos durante la noche hasta El Pireo.
Navegábamos por la laguna de la antigua caldera volcánica y desde la cubierta superior contemplé Fira por última vez, con el serpenteante camino que une la villa y el viejo puerto acaparando los flashes de las cámaras de fotos.