![]() |
![]() Yacimiento de Kolona. Egina |
Esta excursión vespertina a Egina comienza en la ateniense plaza de Monastiraki. Entramos en el suburbano y adquirimos dos billetes de ida y vuelta a El Pireo en la máquina expendedora (2,75€ por barba).
Tardamos media hora en llegar a la moderna estación término de El Pireo, una vieja conocida para mí. En el interior del edificio podréis ver cuadros relacionados con el principal puerto de Atenas.
En la zona portuaria compramos dos billetes de ida y vuelta para la isla de Egina (23€ cada uno), un ferry rápido a la ida y otro más lento a la vuelta.
"Vuestro barco zarpa en diez minutos", nos dijo el empleado. Caminamos raudos hasta el muelle donde se hallaba nuestro transporte, un catamarán de la compañía Flying Dolphin que sólo admitía pasajeros. A las 12:50 zarpamos hacia Egina.
Tardamos 35 minutos en llegar a Egina, isla situada en el centro del golfo Sarónico, en el mar Egeo. La capital, Egina, es uno de esos lugares tranquilos donde se respira paz y tranquilidad.
Llegamos a la hora de almorzar y mientras recorríamos el paseo Marítimo, con sus terrazas atestadas de mesas aguardando comensales, fuimos ojeando los menús de los bares.
Finalmente nos decantamos por comer junto al mercado de pescado, en la taberna Ágora. Y como no podía ser de otra manera, tratándose del puerto, degustamos buenas raciones de pescado y calamares a buen precio.
Más tarde, en una terraza que daba al puerto, tomamos unos exquisitos cafés frapé, servidos con pajita y en vaso largo, especialidad griega de la que di buena cuenta años atrás.
A continuación recorrimos a pie el núcleo antiguo de Egina; abordamos calles peatonales y otras que no lo eran tanto.
Al final de la peatonal calle Mayor vimos la torre de Markellos, de planta cuadrada, el edificio más destacado del centro de Egina.
No había mucho que ver en el centro de Egina, así que decidimos encaminarnos hacia las cercanas ruinas de Kolona, emplazadas al oeste de la capital. Fue una pena que estuviéramos en pleno invierno, con esas aguas tan cristalinas.
El taquillero nos dijo que el museo estaba cerrado, pero abrió la verja y decidió acompañarnos para mostrarnos el sitio arqueológico. Al concluir se ganó una propina.
Los primeros restos hallados en Kolona pertenecen al neolítico. Este poblado prehistórico tuvo continuidad mediante sucesivos asentamientos y gozó de prosperidad particularmente durante la Edad del Cobre, hacia 2600-2500 a.C.
En el yacimiento destaca el templo de Apolo, construido a principios del siglo VI a.C., que tuvo una gran prosperidad durante los siglos VI y V a.C. Se trataba de un templo de orden dórico, períptero, de once columnas en los lados más anchos y seis en los más estrechos, además de dos columnas en el pronaos y en el opistodomos.
El nombre de Kolona le fue puesto por marinos italianos que tenían como referencia las columnas del templo de Apolo que podían divisar en este lugar.
En Kolona también se han conservado algunos restos de otros elementos del santuario: un altar, un templo de Artemisa, un propileo, casas de sacerdotes, la cisterna bizantina, fortificaciones y otros edificios.
No estuvo mal la visita vespertina a Kolona en solitario. Debido a los raros horarios de invierno, que cierran todo a las tres, nos quedamos sin ver el museo, cuyo interior aloja valiosas piezas recuperadas en el yacimiento.
Regresamos al puerto y mientras aguardábamos el embarque hacia El Pireo, nos acercamos hasta la pequeña capilla de San Nicolás, destinada a la protección y amparo de los marineros que faenan diariamente en altamar.
A las 17:30 horas, tras una agradable estancia en la isla, embarcamos en el Apolos, un buque de más calado que el catamarán que nos trajo a la isla, que admitía vehículos y que iba provisto de cómodos sillones.
Esta vez tardamos una hora y quince minutos en llegar a El Pireo, el doble de tiempo que en el trayecto de ida a bordo del rápido catamarán.