Unos 14 kilómetros, por una carretera muy estrecha y sinuosa que pasa por Villar de Sobrepeña, separan Sepúlveda del Puente de Villaseca, el lugar que habíamos elegido para almorzar.
Podéis estacionar el vehículo en la cuneta, junto al Puente de Villaseca, o bajarlo a la vega del río y aparcarlo a la sombra, entre altos árboles.
La ventaja de aparcar en la carretera es que no haces polvo el coche por la accidentada pista de tierra que desciende hasta el río. Y además, podréis asomaros al puente para tener una panorámica del río y la hoz.
En el Puente de Villaseca confluyen varias sendas, la que lleva aguas abajo hasta la presa de la Molinilla (1,8 km), y la que se dirige a Sepúlveda, concretamente al Puente de Talcano (10 km).
Nosotros nos quedamos en el merendero del puente, almorzando de pícnic en un apartado rincón que se asomaba al río Duratón, a la sombra de los árboles.
El lugar destinado para la recepción de visitantes se encuentra en la Casa del Parque, en Sepúlveda. Cuenta con un tablón de anuncios donde se reflejan las actividades propias de la Casa, otras iniciativas de la comarca e información de interés tanto para el visitante, como para la población local del espacio protegido.
Siete kilómetros de mala carretera, muy estrecha y complicada de trazar en algunas curvas, separan el Puente de Villaseca del aparcamiento de San Frutos. Los últimos cinco kilómetros, desde Villaseca, se realizan por pista de tierra (más amplia que la carretera, pero menos previsible a la hora de trazarla debido a los baches).
A partir del aparcamiento comienza la senda a pie, que en un continuo descenso de 900 metros nos conducirá hasta la ermita de San Frutos. Apenas hay árboles que den sombra, por lo que se recomienda llevar gorra, agua y, depende de la época del año, buena crema solar.
Transcurridos unos 300 metros veremos el cartel que anuncia el Mirador de San Frutos. Un pequeña y corta pista nos llevará hasta él. Si vais con niños, no dejéis que traspasen la cerca de madera.
El Mirador de San Frutos os dejará asombrados. Hacia el frente y a la derecha veréis el embalse de la Molinilla o de Burgomillodo, que retiene las aguas del Duratón. En este punto, lógicamente, el río ya no erosiona las paredes rocosas que forman la profunda hoz.
A mano izquierda veréis el morro pedregoso sobre el que se asienta la ermita de San Frutos. El contraste entre el azul verdoso del agua, el del azul blanquecino del cielo y el de la tierra seca dominada por sabinas os dejará como a mí, sobrecogido. El vuelo de los buitres leonados sobre la hoz pondrá la guinda al pastel.
Proseguiremos por la senda hasta alcanzar la larga peña que acoge la ermita. En este estrecho punto tendréis el curso del río a izquierda y derecha, por lo que conviene extremar las precauciones y no asomarse en exceso.
En los altos farallones rocosos que se abren a ambos lados del mirador anidan parejas de buitres leonados, acompañadas de un buen número de alimoches, águilas reales y halcones peregrinos. Los buitres, que son mayoría, suelen sobrevolar a baja altura, y algunos lo harán a pocos metros de vuestras cabezas. ¡Es alucinante!
En la parte llana y estrecha de la peña, en un meandro del río, se alza la ermita de San Frutos, románica del siglo XI. Se accede a ella tras superar un pequeño repecho.
La iglesia perteneció al priorato silense de San Frutos, donde los monjes benedictinos permanecieron de 1076 a 1836. Levantada sobre una necrópolis visigoda, sus capiteles tienen escenas de la infancia de Cristo.
Segovia es tierra de adopción de los ermitaños cristianos, que han dejado en sus cuevas el testimonio artístico del culto pagano a los principios y a las fuerzas de la naturaleza. San Frutos se retiró aquí al final de la época visigoda.
Si vais en Semana Santa podréis acceder al interior de la ermita (entrada libre) y recorrer la diminuta nave central hasta la capilla de San Frutos (los hay que pasan por detrás de la piedra del santo para realizar una petición). En el pórtico podréis compar algún recuerdo.