Isla de San Jorge desde el Campanile |
Tardamos quince minutos en cubrir la corta distancia que separa Rialto de la plaza de San Marcos, la más bonita, frecuentada y admirada de Venecia, con la típica imagen de la Basílica y el Campanile.
La porticada plaza, con sus bares y terrazas, está considerada como el corazón de la ciudad. A su alrededor se lenvantan los edificios más admirados de Venecia: catedral de San Marcos, Campanile, palacio Ducal y puente de los Suspiros.
Visitamos la Basílica de San Marcos justo cuando el sol más apretaba. Yo la había visto dos veces con anterioridad, en mis visitas a Venecia cuando viajaba con interrail.
Junto a la basílica, en un extremo de la plaza de San Marcos, se encuentra el palacio Ducal, uno de los símbolos del poder de Venecia y obra principal del gótico veneciano.
El Palacio Ducal comenzó siendo un castillo fortificado en el siglo IX aunque, después de un incendio, tuvo que ser reconstruido y fue utilizado como fortaleza y como prisión.
El palacio combina elementos arquitectónicos bizantinos, góticos y renacentistas. En su interior podéis admirar pinturas de Tiziano, Tintoretto y Bellini.
Si dobláis la esquina del palacio Ducal y avanzáis hasta el puente sobre el río Palacio, podréis contemplar el puente de los Suspiros, llamado así por los suspiros que emitían los que iban a ser encarcelados en el edificio anexo.
El palacio Ducal es el nexo de unión entre la plaza de San Marcos y el Bacino de San Marcos, el área donde la ciudad abraza a la laguna.
En el Bacino de San Marcos veréis decenas de góndolas aparcadas, a la espera de clientes. Pregunté el precio, y cuando me dijeron 100€ por media hora, fijé la vista en la cercana isla de San Jorge, dominada por el campanario veneciano de la iglesia del mismo nombre.
Almorzamos en una tratoría próxima a la plaza de San Marcos, para ello tuvimos que serpentear por el barrio de Castello. Y como suele ocurrir, vimos rincones maravillosos, como este cruce de canales.
Tras el almuerzo proseguimos con la visita a la ciudad regresando a la plaza de San Marcos. Durante la visita a la basílica, podíamos haber pagado para asomarnos al balcón de la plaza, pero buscábamos sensaciones más fuertes, como por ejemplo, subir a lo más alto del Campanile.
Hicimos cola a los pies del campanario, frente al palacio Ducal; abonamos la correspondiente entrada en la taquilla y a continuación tomamos un rápido ascensor hasta el techo del Campanile. Y acertamos de lleno.
Con 98,5 metros de altura, el Campanile es el edificio más alto de la ciudad; ofrece unas vistas estupendas de los barrios venecianos, de las islas y de la laguna.
La torre original servía como faro para los navegantes, además de como campanario. Tras varias restauraciones, adquirió su forma actual en 1515.
Era media tarde y todavía teníamos tiempo para ver algo más antes de regresar a la estación de tren. Decidimos ir a ver el Puente de la Academia a pie, atravesando el barrio de San Marco.
El Puente de la Academia, construido en hierro en 1854, es uno de los pasos más importantes de Venecia y uno de los cuatro puentes que cruzan el Gran Canal.
Trazamos el camino de vuelta a la estación caminando, en primer lugar, por el retorcido callejero del barrio de San Marco, hasta dar con el Puente de Rialto. Desde el barrio de San Polo, al atardecer, tomamos buenas fotos del puente más elegante de Venecia.
Tampoco quisimos desperdiciar la oportunidad de encaramarnos a lo alto del puente para ver el Gran Canal a cierta altura. Esta vista siempre recompensa, da igual la hora del día.
Regresamos a la estación de Santa Lucía cruzando el barrio de San Polo y a las siete en punto partimos de la ciudad de los canales, exhaustos, en un moderno Intercity que cubrió la ruta hasta Milán en poco más de dos horas y media.