Kasba de Tánger |
El viaje comenzó a bordo del tren nocturno Barcelona-Málaga. Conseguimos asientos de milagro, y por la mañana, nos apeamos en Bobadilla, pedanía perteneciente a Antequera donde realizamos transbordo.
Un nuevo tren, un Regional diésel, nos condujo, vía Ronda, hasta la estación término de Algeciras. A media tarde, caminamos unos veinte minutos hasta la estación portuaria, y en las taquillas de Transmediterránea adquirimos los pasajes para el barco de Tánger (incluidos en el billete BIJ).
TOPÓNIMO DE ALGECIRASNuestro flagrante barco zarpó a las 14:30 de la tarde. La maniobra de desatraque por la bahía de Algeciras nos permitió contemplar esta fea y desangelada ciudad en todo su esplendor. Posteriormente, conforme salimos a aguas abiertas, estas vistas se ampliaron a otros pueblos y al peñón de Gibraltar. Desde el mar, "la Roca" imponía todavía más.
TOPÓNIMO DE GIBRALTAREn una sala interior del barco rellenamos las hojas de inmigración que nos dieron con los billetes. Cumplimentamos el domicilio, profesión, etc. Seguidamene, unos guardias marroquíes nos sellaron el pasaporte y nos requisaron las hojas.
Y en la cubierta superior, mientras observábamos cómo rezaban varias personas musulmanas, ya nos hicimos una idea de lo que nos aguardaba en Marruecos. Asomados a la popa del barco vimos cómo algunos individuos incívicos lanzaban al mar todo tipo de basura y desperdicios, haciendo caso omiso de las prohibiciones y de las muchas papeleras que había por doquier. Este hecho lo comentamos con una joven pareja que acabamos de conocer (Jordi y Eva), y que casualmente también venía de Barcelona. Ellos pretendían realizar una ruta en 4x4 por el sur de Marruecos y llevaban su propio coche en la bodega del barco.
Ver la costa africana desde el barco nos produjo a todos una extraña sensación, entre el miedo a lo desconocido y la euforia por pisar un nuevo país. No teníamos ni idea de lo que nos aguardaba en Marruecos, aunque yo tenía la sensación de que íbamos a retroceder en el tiempo unos añitos.
Tardamos dos horas en llegar al puerto de Tánger, pero como tuvimos que atrasar el reloj dos horas, resultó que volvían a ser las dos y media de la tarde. Varios chiquillos se abalanzaron sobre nosotros nada más abandonar la zona portuaria. Fueron tan pesados que no logramos desembarazarnos de ellos hasta transcurridos quince minutos. Ese fue el tiempo que tardamos en cruzar Tánger de punta a punta a la velocidad del rayo. Dejamos atrás la vieja estación de tren y la Medina, y fuimos a parar a la avenida de España.
Frente a la playa, en una zona tranquila, localizamos el hotel Miramar, de tres estrellas, el que elegimos para pasar la noche.
Esta tarde, una vez nos instalamos en el hotel, quisimos acercarnos a la Medina, pero un nuevo comité de bienvenida, compuesto por jóvenes candidatos a guía, nos hizo desistir (presenciamos peleas, empujones, insultos). Regresamos al hotel y, como teníamos a nuestro favor las dos horas del cambio horario, decidimos repetir la jugada de buena mañana. Y al día siguiente, sin moros en la costa, pudimos recorrer la Medina con total tranquilidad.
La caminata por las empinadas calles de la Medina finalizó en la Kasba, lugar que servía de alcazaba en el siglo X, y que por tanto es la parte más antigua de Tánger. Accedimos a la fortaleza por la puerta de la Kasba.
En la Kasba encontramos la paz que no hallamos el día anterior. La recorrimos tranquilamente, escuchando el piar de los pájaros, sin nadie que nos acosara. En el patio interior había una familia magrebí. Ellos fueron los únicos turistas que vimos esa mañana.
A las 8:30 partimos hacia Casablanca en el interior de un moderno tren que contaba con aire acondicionado. Atrás quedó Tánger, agitada ciudad que vive a caballo entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo, y que se mira en el espejo de Europa más que en el de África.