Muralla de la Medina |
Esa mañana, en Marrakech, nos levantamos pronto, tomamos el desayuno, agarramos las mochilas y abandonamos el hotel en busca de un petit taxi que nos condujera a la estación de tren. A las nueve en punto partimos de Marrakech en un confortable tren de largo recorrido que efectuaba paradas en Casablanca y Rabat.
A las dos y media, tras algo más de cinco horas de viaje, llegamos a Rabat-Ville, la principal estación de la capital marroquí.
Quisimos alojarnos en el albergue de juventud de Rabat, pero estaba muy sucio y descuidado. Fue más sensato alojarnos cerca de la estación. El Grand hotel resultó el elegido. Una vez nos instalamos, salimos a patear la ciudad. Y ya que estábamos en pleno centro, nos dirigimos a la cercana mezquita Assounna, caracterizada por tener un bello alminar. Si os acercáis por la noche, lo veréis exquisitamente iluminado.
A continuación nos dirigimos a la amurallada Medina, sorprendidos de que ningún aspirante a guía nos ofreciera sus servicios. Las callejuelas, plagadas de tiendas de recuerdo y de pequeños comercios se sucedían a cada paso que dábamos. Los vendedores no eran agresivos, ni siquiera nos acosaban las veces que nos acercábamos a husmear.
En la cara norte de la Medina, rodeados de tiendas que exhibían alfombras de colores, piezas de piel, babuchas y productos de cobre, apareció la robusta muralla que cierra la kasba de los Oudayas. Encaramada en lo alto de un risco sobre el río Bou Regreb y el océano Atlántico, a la kasba sólo se podía accecer por una única puerta monumental, la Bab Oudaia, construida en el año 1195.
El interior del recinto, tranquilo y pintoresco, albergaba casas encaladas construidas por los musulmanes expulsados de España durante la reconquista, así como la mezquita más antigua de la ciudad. En sus extremos se localizaban los Jardines Andaluces, creados por los franceses durante la época colonial.
En la zona superior de la kasba, en el lado opuesto a los Jardines Andaluces, se abría un terreno baldío conocido como la plataforma del Semáforo, el mejor mirador sobre el estuario, el vasto océano y una parte de la ciudad.
A media tarde descendimos de la Kasba y fuimos a parar al Bou Regreb, estuario donde se apiñaban pequeñas barcas de pescadores.
Al sur de la Medina, en un gran solar próximo al río Bou Regreb, se alzan algunos de los monumentos más importantes de Rabat, como el mausoleo de Mohamed V, o los restos de la mezquita del sultán almohade Yusuf al-Mansur, con la Torre de Hassan acaparando todo el protagonismo. El minarete pretendía ser el más alto del mundo, con más 80 metros de altura, pero se quedó en los actuales 44 cuando en 1199 el sultán falleció y la construcción de la obra se paralizó.
Caminamos entre las robutas columnas que un día debieron soportar la mezquita del sultan Yusuf al-Mansur, admirando algunos muros que habían colapsado con el paso de los años. El pétreo recinto se había convertido en el mausoleo de Mohamed V.
Este suntuoso sepulcro, construido en mármol blanco y adornado con elaborados mosaicos, está destinado a acoger los restos mortales de los monarcas marroquíes. Precisamente, Mohamed V, artífice de la independencia del país, fue el primero en inaugurarlo.