El puente de San Angelo, sobre el río Tíber, une el castillo homónimo con el corazón de la Roma barroca y es el punto de inicio de esta larga e interesante ruta por el centro histórico de la capital.
Transcurridos diez minutos alcanzamos la plaza Navona, que ocupa lo que fue en el siglo I el estadio de Domiciano, en el que se celebraban carreras de carros y batallas navales.
En el centro de la plaza se halla la fuente de los Cuatro Ríos, obra de Bernini, que representa los cuatro ríos más importantes de cada continente conocidos hasta esa fecha: Nilo (África), Ganges (Asia), Danubio (Europa) y Río de la Plata (América).
Las cuatro figuras que escupen aguan parecen adorar al obelisco egipcio que preside la escena desde el centro. Esta obsesión que tienen los italianos por plantar obeliscos en cualquier plaza de Roma no tiene límites. El producto final es bastante surrealista, por no decir cómico.
Fuente de los Cuatro Ríos y obelisco |
Fuente de los Cuatro Ríos |
El arte barroco tiene su máxima expresión en la plaza Navona. A ello contribuye la fuente del Moro, que representa a un moro, o africano, de pie en una concha marina con una cascada, luchando con un delfín, rodeado por cuatro tritones.
El último aporte al barroco de la plaza Navona está reservado a la fuente del Neptuno, ideada y cincelada por el escultor y arquitecto Giacomo della Porta en 1574.
La Plaza Navona es una perfecta representante del barroco en Roma. Bernini y Borromini la hicieron realmente única. Y todas las tardes, al caer el sol, pintores y artistas exponen sus obras, muchas de ellas basadas en este arte centenario.
A pocas manzanas de la plaza Navona, caminando por el corso Vittorio Emanuele II, alcanzamos la zona arqueológica conocida como Largo de Torre Argentina. Aquí podréis ver cuatro de los templos más antiguos de Roma (siglo III a.C.), edificados para conmemorar triunfales victorias sobre otros pueblos.
El Área Sacra, ubicada en el antiguo Campo de Marte, acoge también los restos del teatro de Pompeyo. Y como dato anecdótico, cabe señalar que en la Curia de Pompeyo fue asesinado Julio César el 15 de marzo del 44 antes de Cristo.
Otro plato fuerte de la tarde lo reservamos para el Panteón de Agripa, la muestra más clara de lo que llegó a ser la arquitectura romana. Fue mandado construir por Agripa hace unos dos mil años. Destruido por un incendio, lo reconstruyó Adriano y en el siglo VII fue transformado en iglesia. Y para rematar la faena, las autoridades romanas le plantaron enfrente un obelisco egpcio.
El Panteón es la mayor cúpula de hormigón sin armar de la historia. Un alarde aún hoy.
Todavía sorprende que la entrada a este magnífico templo sea gratuita. El Panteón es el edificio romano más impresionante y mejor conservado; por fuera y por dentro.
El interior nos impresionó por su descomunal cúpula, todo un logro de la ingeniería romana, que hoy día deslumbra a los arquitectos más importantes del mundo.
El espacio interno es el que causa una sensación de grandeza muy especial. Se trata de un único ambiente de planta circular cubierto por una inmensa cúpula hemisférica de dimensiones impresionantes. Al entrar nos sentimos dentro de una gran esfera.
Al ocaso, serpenteando por estrechas callejuelas del centro histórico, fuimos a parar a la plaza de la Colonna. En su centro veréis la columna de Marco Aurelio, del año 180 d.C., erigida para conmemorar sus victorias sobre los bárbaros del Danubio.
Al caer la noche completamos la jornada acercándonos a la Fontana de Trevi, la más famosa de las fuentes barrocas de Roma. Fue construida por Salvi en el siglo XVIII, e impresiona por sus grandes proporciones comparadas con la diminuta plaza.
Como manda la tradición popular, lanzamos unas monedas a la fuente vueltos de espaldas. De esta manera aseguramos un feliz regreso a Roma. Y lógicamente, también contribuimos a llenar las arcas del consistorio.