Llegamos a Marrakech con retraso, cuando el calor de la tarde era más acuciante. Abandonamos la estación de ferrocarril sin entretenernos mucho. Un aluvión de pequeños taxis nos dio la bienvenida nada más poner el pie en la calle. Los taxistas nos llamaban para que montáramos, pero nosotros no les hacíamos caso y, pese al calor reinante, continuamos caminando hacia el centro de Marrakech.
Nos orientamos a ciegas por las amplias calles del pudiente barrio de Guéliz, entre lujosas mansiones rodeadas de suntuosos palmerales. Más tarde, las avenidas Hassan II y Mohamed V nos condujeron hasta la muralla exterior de la Medina. A partir de aquí ya pudimos hacer uso del mapa de la guía de viajes que llevaba.
La avenida Mohamed V finaliza al otro lado de la muralla, a la altura de la torre de la Kutubiya. Debido al calor reinante, más de 40º, llegamos exhaustos y agotados a las inmediaciones de este alto minarete, de 66 metros de altura, que está emparentado con la Giralda de Sevilla.
Desde la verja que protege la torre, observamos la mezquita de cerca, así como las excavaciones que se llevaban a cabo, y que sacaban a la luz restos de antiguas edificaciones.
Caminábamos hacia Jemaa el Fna cuando fuimos abordados por un chiquillo, de no más de 10 años, que dijo llamarse Said. Él fue quien nos condujo hasta el hotel Gran Tazi, un tres estrellas con piscina situado en la calle Bab Agnaou, a pocos metros de la plaza más importante de Marrakech. Tuvimos que regatear para conseguir un buen precio por dos noches de estancia.
La plaza Jemaa, situada en el corazón de la Medina, está declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El primer contacto con este enigmático lugar se produjo a media tarde, y nos dejó a los tres atónitos. Teníamos la sensación de haber retrocedido a la Edad Media.
La plaza estaba en todo su apogeo. Un hervidero de gente, entre turistas y beduinos, junto a animales exóticos, como serpientes o graciosos monos, se movía por ella al son que marcaba la música procedente de esporádicos músicos. Algunos turistas pagaban por retratarse junto a los bichos, pero nosotros conseguimos tomar algunas fotos desde cierta distantancia, sin pagar.
La plaza Jemaa el Fna tiene forma irregular. Por ella circulan taxis pequeños, aquí llamados petit taxi (casi todos eran Peugeot 205) y calesas tiradas por hermosos caballos. En un extremo se apiñan chiringuitos de comida, otro está reservado a puestos de zumos, de caracoles, tiendas de regalo..., y en otro extremo hay un par de bares con terrazas panorámicas que presumimos serían ideales para ver la puesta de sol.
Dimos una vuelta de reconocimiento por las calles de la Medina, y descubrimos un buen surtido de puestos de baratijas y de chaquetas de piel. Los vendedores, como ya habíamos visto en otros zocos, llamaban nuestra atención constantemente. Creímos más sensato regresar a Jemaa Fna para contemplar la puesta de sol desde la terraza del café Argana.
Fue algo inexplicable. Los tres estábamos locos de contentos, sobre todo cuando el sol se ocultó por el horizonte y las sombras se alargaron hasta cubrir la plaza. En ese instante aparecieron Jordi y Eva por el balcón, la pareja catalana que conocimos en el ferry de Tánger. Según nos dijeron, pretendían atravesar el Atlas con su coche, hasta alcanzar el desierto.
Cuando cayó la noche vivimos el momento más espectacular en la terraza. Parecía que la plaza cobrara vida propia con las fumarolas, el gentío y el olor a comida. Había llegado el momento de cenar. Bajamos a la plaza y elegimos uno de los muchos puestos que preparaba cuscús y carne asada.
La cena nos devolvió a los tres a la vida. Todo estuvo delicioso; la carne asada estaba muy sabrosa y el cuscús, plato que desconocíamos hasta ese día, nos sorprendió por su sabor. Para tomar el postre, cruzamos la plaza hasta los puestos de naranja, fruta que, recién exprimida, deleitó nuestros paladares en uno de los lugares más maravillosos de Marruecos.
La tercera ruta ferroviaria por Marruecos transcurre entre Casablanca y Marrakech. Llegamos a la estación término de Marrakech a las 15:40, tras tres horas y media de viaje. Demasiadas para un trayecto relativamente corto.