Lo primero que me llamó la atención nada más llegar a Sant Feliu, fue contemplar el impresionante monasterio benedictino, en el que se combinan estilos arquitectónicos que van desde el siglo V al XVIII.
El monasterio impresiona por su gran tamaño. Exteriormente, destaca por la Porta Ferrada (siglo X), decorada con relieves de motivos vegetales y animales.
Actualmente se puede visitar parte del edificio junto con las torres del Fum y del Corn, ubicadas a cada lado de la iglesia. En su momento actuaban de torres de vigilancia.
En la Torre del Fum se emitían señales de humo hechas con paja húmeda. Desde la Torre del Corn se hacía sonar un cuerno marino en caso de peligro.
![]() Torre del Corn. Monasterio benedictino |
![]() Torre del Corn. Monasterio benedictino |
Era sábado por la mañana, y la plaza del Mercat acogía un mercadillo ambulante, de esos que tanto gustan recorrer cuando llegas a un pueblo.
La plaza, con su animada vida, fue el lugar ideal para tomar un café en uno de sus muchos bares con terraza. Como telón de fondo teníamos la Torre del Consell (actual Ayuntamiento), un peculiar edificio rematado en tonos amarillos.
Por encima de su arquitectura y su gastronomía, Sant Feliu destaca por sus playas y calas. Valió la pena caminar por su largo paseo marítimo (paseo del Mar), azotado por la otoñal brisa marina propia de la Costa Brava.
Paseando por el centro de Sant Feliu podréis admirar elegantes edificios modernistas. Destacan la Casa Estrada y la Casa Patxot, una espectacular casa novecentista, construida entre 1917 y 1920.
Otro edificio que no debéis perderos, situado frente a la Casa Patxot, es el casino de la Constancia (conocido como el Casino dels Nois), un edificio de mediados del siglo XIX de estilo mudéjar.