Llegamos a Zuheros por la sinuosa carretera CV-178, vía Luque, tras cubrir los 25 km que la separan de Priego de Córdoba. Esta vía atraviesa la sierra de la Subbética por un hermoso paraje de media montaña.
Al final de la carretera, a los pie de un alto roquedo, apareció Zuheros. La hermosa vista panorámica que se abrió ante nosotros nos hizo detener el vehículo junto al cartel que lo anunciaba como uno de los pueblos más bonitos de España.
Estacionamos el vehículo de forma gratuita en el aparcamiento situado junto al desvío de la carretera que conduce a la Cueva de los Murciélagos (visita organizada), que acogió presencia humana desde la Edad del Bronce.
A pocos metros del aparcamiento y del cruce de la mencionada carretera, vimos el Museo de Costumbres y Artes Populares, cuyo interior refleja las tradiciones económicas y sociales desaparecidas que, a lo largo del tiempo, supusieron para la localidad una forma de vida.
Zuheros está considerado como el pueblo más representativo del Parque Natural de la Subbética. Su conjunto histórico es de una belleza integral extraordinaria, pues se conjugan sus elementos de manera armónica y perfecta: la piedra caliza de sus sierras, los vastos olivares, y la cal de sus casas.
En este conjunto el pueblo ejerce una atracción especial, por su disposición urbana al pie de la sierra, por sus calles limpias, recoletas y estrechas y por sus casas de fachadas blancas que huelen a tradición y a historia.
Al final de la calle Llana, tras acometer un último quiebro a la derecha, fuimos a parar a la plaza del Castillo, presidida por el impresionante Castillo roquero.
En la plaza del Castillo se encuentra el acceso al Torreón del Castillo-Palacio. Como habíamos llegado un pelín tarde a Zuheros, nos quedamos sin poder entrar, y nos tuvimos que contentar con admirarlo desde el exterior.
A los pies del Torreón nos asomamos a la barandilla del Mirador de la Plaza, que nos brindó una buena perspectiva de los olivares que se extienden a los pies del municipio.
En el otro extemo de la plaza contemplamos la iglesia de los Remedios, construida sobre la antigua mezquita de la villa, de la que queda la base del alminar (actual campanario).
A los pies del Castillo-Palacio se encuentra la plaza de la Paz, un amplio espacio llano que acoge el mercadillo semanal de Zuheros.
Desde la plaza de la Paz tendréis una buena perspectiva del Castillo-Palacio, robusto edificio construido sobre una roca.
El Castillo fue construido por los árabes en el siglo IX. Se cree que le llamaron Sujayra, nombre que algunos estudiosos relacionan, de forma errónea, con el nombre del pueblo, Zuheros. El edificio fue reconstruido y remodelado por Fernando III en el siglo XV, en estilo renacentista.
Un caminito parte de la plaza de la Paz en dirección al Mirador de la Villa. Si lo tomáis podréis contemplar el profundo cañón que ha excavado el río Bailón, y, echando la vista atrás, os sorprenderá el perfil de las ruinas del Castillo recortándose sobre la hoz.
El Mirador de la Villa se localiza en el extremo occidental de la muralla de Zuheros. A vuestros pies veréis el torrente del Bailón y, al poniente, el peñón rocoso llamado Castillo de Allende, donde hubo una pequeña alquería y una parroquia en el siglo XIII.
A partir del Mirador de la Villa, siguiendo el trazado de la antigua muralla, dimos con el Torreón Árabe, del siglo XII, una de las muchas torres cuadradas que formaban parte de la muralla y servía de defensa al castillo.
La parte superior del Torreón está rodeada de almenas, y en el lado sur se puede apreciar la estratégica saetera, la abertura vertical y alargada que servía para disparar flechas o saetas.
Se accede al Mirador de las Escominillas por el callejón del mismo nombre (actualmente conocido como callejón Fotógrafo José Jiménez).
Los estudiosos nos cuentan que Escominillas procede de la deformación de "Colmenillas" (no parece una evolución lógica). El mirador estuvo habitado por mudéjares en el año 1300 y tiene preciosas vistas de la sierra que rodea a Zuheros y de la hoz del Bailón.
Zuheros me pareció un pueblo maravilloso a última hora de la tarde, poco importó que el sol permaneciera oculto tras una capa de nubes. Y al caer la noche, caminando por sus solitarias calles, ejerció una atracción especial, iluminada y engalanada con los adornos navideños.