La Acrópolis |
Habíamos llegado en barco a Patras procedentes de Corfú. El tren que une Patras con Atenas salió con dos horas de retraso, y por el camino acumuló tres horas más. Menos mal que fuimos sentados. En el vagón, un "captador" de viajeros nos convenció para que pasáramos la noche en el hotel Palmira de Atenas. Cuando llegamos a la capital, seguimos sus pasos hasta el hotel, que estaba en el barrio de Eminonu.
A primera hora de la mañana, cuando cambiábamos divisas en una oficina del barrio de Eminonu, conocimos a Melina, una chica argentina que tenía problemas para hacerse entender. No sabía inglés y quería regresar a Italia sin siquiera visitar Atenas. Le echamos una mano, le conseguimos un billete para el tren de las tres a Patras, lo cual le dejó tiempo para acompañarnos por la ciudad. Y el primer destino fue la Acrópolis.
La Acrópolis de Atenas se encuentra en lo alto de un promontorio rocoso que domina la ciudad. Es el principal reclamo de la capital, el más visitado y frecuentado por los turistas. Su principal acceso se realiza por los Propileos, unas empinadas escaleras que a esas horas ya se encontraban saturadas de visitantes.
La Acrópolis es el conjunto monumental más conocido y visitado de Grecia. Antiguamente estaba cubierta de vivos colores y las columnas de algunos templos decoraban su silueta con todo tipo de adornos.
Desde los primeros edificios que se construyeron en el siglo V antes de Cristo, hasta los palacios o teatros que se levantaron siglos más tarde, caso del Odeón, la Acrópolis sufrió varias invasiones que lastraron su patromonio, desde los persas hasta los ingleses llevándose fragmentos del mármol que cubría el Partenón.
Recorrimos el recinto monumental de forma pausada, admirando los vestigios de majestuosos templos ante la presencia de cientos de turistas, bajo un sol de justicia, cuyos rayos verticales apenas proyectaban sombras bajo las que guarecerse.
El Partenón, obra magna de la arquitectura griega, junto al Pórtico de las Cariátides del templo Erecteión, ambos del siglo V a.C., fueron los monumentos que más nos impresionaron.
Asentado en la falda de la Acrópolis y sembrado de tiendas de souvenirs y tabernas, el barrio de Plaka nos proporcionó buena sombra y un almuerzo ligero, a base de pita y cerveza, que degustamos ante monumentos como la Linterna de Lisícrates, del año 334 a.C.
Cerca de Plaka, en la cara sur de la Acrópolis, vimos el recinto arqueológico que acoge tres antiguos edificios: el Pórtico de Eumenes, el teatro Odeón de Herodes y, el más antiguo de todos, el teatro de Dionisio.
Al este de la Acrópolis y del barrio de Plaka, formando parte de la Atenas clásica, se alza la Puerta de Adriano. Con forma de arco, fue erigida en el año 131 d.C. tras la construcción del templo de Zeus. Se levantó en honor al emperador romano Adriano, en el límite donde terminaba la ciudad antigua y empezaba la moderna.
Más allá de la puerta de Adriano, desfilamos ante el Olimpeión, o templo de Zeus Olímpico, del que restan unas pocas ruinas.
Se trata de uno de los templos más grandes del mundo antiguo. Fue construido en el año 515 a.C. por Deucalión, uno de los míticos antepasados de los griegos, pero no se completó hasta el año 131 d.C., bajo el reinado de Adriano.
Por la tarde, tras despedirnos de la chica argentina, decidimos realizar una visita al Museo Arqueológico Nacional, que alberga muchos de los objetos arqueológicos más importantes encontrados en Grecia desde su prehistoria hasta la antigüedad tardía.
El edificio era muy grande y requería de mucha dedicación para recorrerlo en una tarde. La desidia pudo con nosotros y en menos de una hora arrojamos la toalla. Cansados de ver salas con colecciones de cerámica antigua, objetos de la época micénica e imponentes estatuas de bronce, como el Poseidón de Zeus, abandonamos el museo.
A última hora de la tarde, después de rodear por segunda vez el Olimpeión, marchamos hacia el estadio Panatinaico o Kalimármaro, dedicado a la diosa Atenea, emblemático edificio ateniense reconstruido en 1870 en el mismo lugar donde se alzaba el antiguo estadio Olímpico, construido en madera en el año 330 a.C.
Entrada la noche, partimos de Atenas en el tren nocturno que recorría la península Balcánica de sur a norte y a primera hora de la mañana, tras haber dormido plácidamente en el interior de un compartimento de segunda clase, llegamos a Salónica, la segunda ciudad más grande de Grecia.
Tres días más tarde, tras nuestro paso por Estambul, regresamos a Atenas en el tren nocturno procedente de Salónica. Partiríamos a las tres de la tarde hacia Patras y aprovechamos la mañana para visitar el Ágora Griega, el centro político, cultural y religioso de la antigua Atenas.
Recorrimos el recinto a mediodía, soportando un tremendo calor, que sin embargo no nos impidió aproximarnos hasta el templo de Efesto o Thisío, uno de los edificios mejor conservados de la antigüedad, construido entre los años 460 y 415 a.C. en honor a Efesto y a la diosa Atenea.